Si no existe un solo estándar para juzgar y distinguir un acto terrorista de aquel que no lo es, la lucha contra el terrorismo estará condenada al fracaso antes de librarse. Este principio, que tiene valor en periodos de paz, cobra mayor vigencia en tiempos de guerra. Pues, si es cierto que la guerra es la continuación de la política por otros medios, lo es sólo porque en ella sigue prevaleciendo un acuerdo de mínimos destinado a limitar la acción discrecional de los beligerantes. Este consenso político básico es crucial para mantener la legitimidad de las formas de vida democráticas que sostienen el régimen constitucional y aseguran el respeto de los derechos fundamentales de las personas.
El Estado puede ser fuente de acciones terroristas, pero no es el único ejecutor de acciones terroristas. Y esto debe quedarles meridianamente claro tanto a quienes en tiempos de dictadura tuvieron a su cargo las actividades militares de un partido, como a aquellos que durante la transición democrática tuvieron la tarea de desactivar los organismos paramilitares. En todo caso es responsabilidad del Gobierno combatir el terrorismo, garantizar la seguridad pública, y cautelar los derechos de las personas.
El crimen político de Jaime Guzmán fue un acto terrorista, como lo fueron las acciones de Patria y Libertad y de la Vanguardia Organizada del Pueblo, los asesinatos de los generales René Schneider y Carlos Prats, y de Edmundo Pérez Zújovic y Orlando Letelier. Como lo fue el atentado contra Bernardo Leighton y Anita Fresno. La Dina, lo mismo que el Irgún Zewai Leumí, fueron organizaciones terroristas, como lo es hoy Estado Islámico. Menahen Begin fue un terrorista antes de convertirse en Primer Ministro de Israel y de ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz.
El terrorismo no reconoce limitaciones, y es por eso que resulta imperativo aislarlo conceptual y políticamente. Su finalidad es infundir temor, valiéndose para ello de acciones impredecibles e indiscriminadas, de cualquier modo arbitrarias, como lo demostró la explosión de la bomba en el sub centro comercial de la estación de metro Escuela Militar. Ninguna de sus víctimas sabía el lugar ni la hora en que habría de estallar. Ninguna tampoco sabía que era su cuerpo el objetivo de la acción violenta. Luego, es esta incertidumbre la que provoca conmoción pública y alimenta el temor, primero, en los transeúntes y, luego, en cualquier ciudadano que conozca la noticia del incidente. Es así como todos nos convertimos en potenciales blancos de la acción terrorista, sin que podamos hacer nada para quedar a salvo de ella. Con el terrorismo todo intento es vano.
[Imagen: Pedro Encina].
(CC)Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, U. Complutense de Madrid. Ha sido director de la División de Relaciones Políticas e Institucionales del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y asesor legislativo del Senado de la República. Académico de la USACH. Miembro de la Comisión VI Congreso del Partido Demócrata Cristiano y autor del libro “La Democracia Cristiana y el crepúsculo del Chile popular”.
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