[dropcap color=”#447226 ” type=”square”]Era un día de invierno cualquiera y la diaria rutina se repetía…Salí de mi casa temprano, como siempre. Alrededor de las siete y media estaba en el metro «las parcelas». Cada vez que llego a ese lugar me agrada caminar por la calle «Hugo Bravo» en lugar de subirme al tedioso Transantiago.
Observé a la gente que había en ese lugar. Cada vez eran más las personas que llenaban las calles, los paraderos y la estación de metro. Todos ellos dirigiéndose a sus trabajos o escuelas. ¿Has pensado en la cantidad de personas que hacen lo mismo que tú todos los días? No lo creo… La idea de hacer lo mismo todos los días es algo que aburre a quien sea.
Nos han dicho tantas veces que todos somos únicos y diferentes, que tenemos algo especial, pero te puedo asegurar que al menos mil personas en tu país tienen los mimos gustos que tú, los mismos pasatiempos, e incluso la misma forma de expresarse.
Llegue al colegio muy temprano, divagando, el camino se sintió más corto. Hice lo de siempre: me senté en una esquina del comedor de alumnos a leer, es el lugar más tranquilo que conozco, nadie se dirige aquí a estas horas. Repentinamente las luces se apagaron, las puertas se cerraron de golpe y el viejo libro que sostenía entre mis manos cayó al suelo. Asustada lo levanté e intente buscar la página donde iba. Para mi sorpresa ¡Las páginas estaban en blanco!
Una espesa niebla cubrió el lugar, no logré ver nada. Me senté en el suelo, estaba preocupada. ¿Qué está sucediendo? Tomé mi celular, tal vez pueda comunicarme con alguien. Miré la hora y sobre ella la fecha decía: Enero 1843… Debió desconfigurarse.
Repentinamente el libro se abrió, un fuerte viento hojeó las páginas. Todas en blanco. Se detuvo un momento, observe la página: Vacía. Debí suponerlo. Entre lo poco que dejaba ver el manto de niebla logré leer algo: «El Corazón Delator, por Edgar Allan Poe». Antes de que mi vista se nublara completamente, alguien apareció en el salón. Un hombre gritaba: «-¡No lo soporto!, cada vez es más fuerte. ¿Lo oyen?, ¡es el latido de su horrendo corazón! » Evidentemente, era un fragmento del conocido texto.
Los gritos fueron desapareciendo. La neblina comenzó a disiparse. Sin darme cuenta yo estaba en el suelo nuevamente, el libro volvía a estar entre mis manos. Tomé mi teléfono, ésta vez la fecha era la correcta. ¿Qué acaba de suceder?, miré la hora, estaba desconcertada. Ya iba tarde a clases .Como supuse, nadie notó lo que pasó entre esas paredes.
Me di cuenta que, al parecer, la única forma de escapar de la diaria rutina es evadir la realidad, y encontrarse con ese pequeño mundo imaginario que encierra un simple libro.
La Batalla, de Maipú hacia el Mundo.
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