Por Marco Barros R.
Hace dos mil años, el Nazareno se paró sobre un monte a la entrada de Jerusalén, cuya toponimia la señaló como “Ciudad de Paz”.
Sugerente nombre para una ciudad de conflicto tan deseada por diversos imperios y culturas, la mirada del mesías hacia el futuro no era para nada tranquilizadora, si esta misma mirada fuese hoy desde la altura de algún monte cercano hacia nuestra ciudad ¿tendría algún mensaje más esperanzador? o ¿simplemente se inclinaría y volvería a llorar?.
Esta es una reflexión que por estos días de recogimiento sería bueno realizar, tiempos extraños, lo que siempre estuvo bien parece estar ausente, las buenas costumbres, el respeto por la vida, la ayuda al más necesitado, visitar al que sufre, preocuparnos de los ancianos, de los huérfanos, de las viudas, de vez en cuando acercarnos a algún hospital y visitar a los pacientes llamados sociosanitarios que corresponden a personas de la tercera edad que han sido abandonados, cuyas cifras en nuestro país superan las 2.000 personas y que viven permanentemente alguna vulneración de sus derechos.
Es el espíritu de lo que debiésemos retomar, sin alardes, sin pompas, sin medios de comunicación, sin selfies para mostrar lo bueno que podemos ser, simplemente ayudar de algún modo, con mucho o con muy poco, pero ayudar, esta era la invitación para aquellos que decidían seguir al Maestro y aparentemente todo esto, no está bien, será que de vez en cuando debemos hacer un poco de esfuerzo, dejar de ver nuestras pantallas y subir al monte más cercano y volver a mirar para recordar cuantas cosas hemos de dejado de ver y hacer.
El entusiasmo por seguir al Señor observado de esta manera no es atractivo, seguir las enseñanzas del Mesías, nos obliga a tener consecuencia, a ser fieles a nuestros principios, la fidelidad que nos enseñó Jesús está por sobre las opiniones de los demás, por sobre las amenazas por ir contra la corriente, las enseñanzas para los contemporáneos de la época no eran desconocidas, sin embargo habían convertido su casa en cueva de ladrones, alejando de aquel lugar a quienes realmente se merecían estar ahí, el objetivo de aquellos que se proclaman representantes de Dios ha cambiado estos principios por el poder, el amor al dinero y los puestos de privilegio.
El mensaje de la cruz simboliza el pago al sacrificio de ser honesto y denunciar la corrupción de aquellos que dicen amar al pueblo, pero solo se han servido de él.
La invitación de esta reflexión es a volvernos a la fe sin temor de ser cuestionados por el deseo de encarnarla y ser buenas personas sin la importancia que se le ha dado a la lengua, el color y el credo.
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Profesor. Magíster en Gestión y Currículum.