Pensaba escribir la crónica de una noche en el Hospital El Carmen de Maipú.
Lo haré, pero después.
Ahora contaré que Carlos Bravo Gómez se me acercó a eso de la una y media de la madrugada de hoy martes once de febrero de dos mil catorce, y que con una suave voz me dijo que llevaba largo rato esperando que atendieran a su hija.
Hacía calor y una niña a la que le “dolía el corazón” se quitaba su polerón, sofocada. Estábamos en la Urgencia Infantil.
Una hora después me volví a fijar en Carlos. Se veía muy preocupado, paseándose de un lado a otro a escasos centímetros de la pared. Le pregunté qué le habían dicho.
“Que tienen que hacerle un examen de orina”, me contestó.
[pullquote]
Así fue avanzando la madrugada hasta que despuntó el día y Carlos se había ido quedando solo, en la sala de espera (en gran medida, porque muchos padres aburridos de esperar se retiraron junto a sus hijos).
[/pullquote]
Dos horas más tarde me contó que debían repetir la toma de muestra, pues el aparato se había corrido y el pipí de la niña había caído fuera.
Luego le dijeron que debían repetirla nuevamente, por idéntico motivo.
Luego, pongamos una hora después, me dijo que les había fallado nuevamente el procedimiento, por lo que debían ponerle una sonda.
Así fue avanzando la madrugada hasta que despuntó el día y Carlos se había ido quedando solo, en la sala de espera (en gran medida, porque muchos padres aburridos de esperar se retiraron junto a sus hijos).
De vez en cuando se aproximaba su esposa, del otro lado de la mampara. Carlos entreabría la puerta, hasta donde lo permitía una de las guardias.
Luego, tras el cambio de guardias (tipo 08:00 a. m.), hasta donde lo permitía otra de las guardias.
Su esposa alegaba cosas que yo no oía, pero que Carlos me transmitía en seguida: que había más guardias que médicos, que una de las enfermeras pasaba una y otra vez manipulando su celular, que le contestaban antipáticamente, que había recorrido diversas salas hasta dar con una donde varios miembros del personal conversaban distendidamente.
Luego, Carlos se reía de que miembros del personal, uno de los médicos incluido, estuviesen harto rato arrodillados buscando un anillo o algo que se le cayó a una de ellas, en el pasillo.
Su esposa, con el bebé en brazos, no se reía (él tampoco lo hacía en serio), sino que iba irritándose cada vez más hasta que ya bien entrada la mañana, con ojos llorosos, contó que a su hija la atenderían en cinco minutos más.
No fueron cinco, fueron más. Y a su hija no la atendieron en un comienzo, so pretexto del cambio de turno:
“¡Cambio de turno!” gritó la esposa de Carlos y comenzó a increpar a la gente.
Una doctora, creo, que llegó caminando despistada (Carlos se refirió numerosas veces al paso cansino y los bostezos del personal), le dijo socarronamente (pudimos leer sus labios):
“Por favor, más respeto”.
Entonces decidí escribir esto que acabo de escribir y subir el video con el testimonio (muy sereno) de Carlos.
La esposa de Carlos no aguantó más y salió de la Urgencia Infantil con su bebé en brazos, aún sin saber a qué demonios se debía la fiebre de esta, cuando hizo el ingreso, y se dirigió al mesón del hall del hospital, sollozando garabatos.
Nada menos que a pagar.
Hasta allí llegó un carabinero a pedirle que, por favor, lo reconsiderara y regresara. Ella dijo que lo haría solo por su hija.
Eran cerca de las 9 de la mañana.
Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.
Deja una respuesta