Pasión de multitudes

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“Si usted cree que la culpa de la violencia en el deporte es del deporte, está muy equivocado. Un sujeto capaz de agredir a un hincha con otra camiseta, también será capaz de agredir a un policía por usar uniforme, a un ciclista por usar bicicleta o a un homosexual por ser gay. Estos son problemas sociales”.

En los días en que esta columna será leída, el país habrá pasado por un momento epifánico. Sin lugar a dudas el acontecimiento deportivo mas importante para la sociedad chilena, la clasificación del seleccionado de fútbol a un mundial adulto. La población es presa de un trance carnavalesco. Se amalgama la euforia, la borrachera, el llanto y la alegría. El fútbol como religión, como catarsis. Es la comunión y discordia de la nación al mismo tiempo.

El fútbol es un deporte odiado y admirado por moros y cristianos.  Adolfo Couve y Jorge Luis Borges se cuentan entre sus detractores más conocidos. Sin embargo, el balón pie es el deporte que encanta a figuras como Eduardo Galeano y al Papa Francisco; se sabe que Bod Marley era no solo fanático del fútbol, sino un excelente jugador.

Ahora bien, es fácil deducir que la popularidad del fútbol lo ha convertido en un suculento negocio. El fútbol bien podría ser bautizado con el nombre de circo. El opio del pueblo. Ha sido ocupado innumerables veces como instrumento político. Todo el mundo conoce el bálsamo que significó para la dictadura argentina el campeonato mundial del país trasandino en el año 1978. En Chile se recurrió alevosamente al patriotismo de Elias Figueroa como ejemplo a seguir para una población que debía mantenerse despolitizada y trabajando abnegada por la patria.

Si bien, en rigor, el deporte es una fuente de unión entre los pueblos, puede ser el escenario del peor de los salvajismos. Los sucesos acaecidos la noche del viernes 11 de octubre en la ciudad de Antofagasta son una prueba de la peor irracionalidad del ser humano, su nacionalismo ramplón. En la capital de la segunda región hubo una pelea dantesca entre ciudadanos chilenos y colombianos, horas después de acabar el partido que terminó con los respectivos seleccionados en empate. Aparentemente hay personas que creen que una camiseta de fútbol disidente es motivo suficiente para condenar a otros seres humanos al ostracismo o ser víctimas de violencia física y verbal. Nos encontramos ante la estupidez misma.

Sin embargo, la agresión no sólo se explica  por el color de camiseta, por el error arbitral o la simple superioridad del rival. Si usted cree que la culpa de la violencia en el deporte es del deporte, está muy equivocado. Un sujeto capaz de agredir a un hincha con otra camiseta, también será capaz de agredir a un policía por usar uniforme, a un ciclista por usar bicicleta o a un homosexual por ser gay. Estos son problemas sociales.

No existe la violencia en los estadios como un tema aislado, circunscrito solo al ámbito deportivo. El tipo que agrede en un estadio, cuyo arquetipo es el “barra brava”,  seguramente lo hace primero en su barrio, en su familia o en su entorno cercano, solo que ahí no le molesta a nadie, simplemente porque la mayoría de las personas no viven con él. Solo molesta el agresor cuando invade un espacio público, un espacio del cual el resto de las personas también desea disfrutar. En definitiva, resulta entendible querer erradicar del tablón al agresor. Limpiar los estadios de su indeseada presencia, aunque el problema no se resuelva, solo se esconda.

Nada mas equivocado creer que la violencia en el fútbol empieza y termina en el fútbol. El deporte es el escenario, pero los libretos se escriben en otra parte. Son un problema de integración, educación y oportunidades. Vivimos en una comunidad que forma sujetos cuyas conductas, visibles en una barra, son ignoradas el resto de la semana, el resto del año. Olvidamos nuestra responsabilidad como sociedad ante la formación de una mente en un contexto donde la agresión hacia otros es festejada. Criticamos sus actitudes dentro del estadio, pero somos indiferentes cuando en su barrio les ofrecemos como único incentivo el pintar los postes de su calle con los colores de su equipo de fútbol. Una verdadera neurosis social.

No equivoquemos el blanco. Si usted cree que la camiseta de futbol es la que define al agresor, usted también está ejerciendo la misma violencia irracional que tanto critica.

* Profesor de Historia y Geografía. Maipucino.

Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de cada autor/a y no representan necesariamente la línea editorial de laBatalla.

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