Por todas partes surge y se difunde la crítica al rol de los partidos. Se les impugna su escasa contribución a la formación de la política democrática.
Los críticos no son precisamente las elites dirigentes. Son los militantes activos que se movilizan para denunciar la colonización de la vida partidaria por aparatos de poder parlamentarizados y alcaldizados, como los que se han puesto de manifiesto a propósito de la crisis del municipio de Maipú y de las exhortaciones hechas desde la Cámara de Diputados por tres parlamentarios a la directiva de su partido —que también integran aunque en calidad de «disidentes»— en defensa de las facultades administrativas del alcalde candidato. Estructuras de poder estatalizadas que, amparadas en el estatus jerárquico instituido por las propias reformas reglamentarias de los partidos, han conseguido conquistar tal autonomía de decisión, que hoy ponen en jaque la razón de ser y la supervivencia de estas organizaciones nacidas con la modernidad y la República.
No ha de verse en tales conflictos una lucha puramente electoral. El fenómeno es de mayor alcance. Lo que se observa es una emergente cultura postradicional que busca cambiar desde abajo las desequilibradas relaciones de poder predominantes en las colectividades políticas y en la sociedad. Un discurso que desnuda el vacío de legitimidad de la democracia de las instituciones, con su Parlamento, sus magistraturas judiciales, sus sindicatos, sus partidos políticos anacrónicos, disfuncionales e incapaces de asegurar gobernabilidad, de garantizar derechos fundamentales o, al menos, de proteger a los suyos. Hablamos, junto a Ulrick Beck, de la aparición de un sujeto subpolítico que, siendo parte de la sociedad civil, no se confunde con los clásicos movimientos estudiantil, obrero o feminista. Y que, proponiéndose una nueva representación, no es expresión institucionalizada de la democracia representativa.
Esto otro es una voluntad colectiva, la de personas conscientes, activas y conectadas a redes, que han sabido reaccionar ante una amenaza, ante un riesgo ahora compartido, cual es el del abuso de poder, el de la ruptura de los lazos comunitarios, y el de la pérdida de identidad y pertenencia.
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, U. Complutense de Madrid. Ha sido director de la División de Relaciones Políticas e Institucionales del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y asesor legislativo del Senado de la República. Académico de la USACH. Miembro de la Comisión VI Congreso del Partido Demócrata Cristiano y autor del libro “La Democracia Cristiana y el crepúsculo del Chile popular”.
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