Los seres humanos somos individuos fundamentalmente sensitivos. La única manera que tenemos de percibir la realidad es a través de los sentidos. El gusto, el tacto, el olfato, el oído o la visión nos sirven para anclarnos al entorno. Cada individuo define su identidad en buena parte gracias a su experiencia con el mundo. En consecuencia, la manera como nos conectemos con el entorno determina quienes somos.
Ahora bien. La misma relación entre lo sensorial y la identidad se puede extrapolar a la sociedad, y por prolongación, a la nación toda. Lo que nos determina como miembros de una comunidad es aquello que percibimos con los sentidos colectivos. Los lugares, las comidas, los sonidos del colectivo se constituyen en ladrillos mediante los cuales se construye lo nacional.
La conexión con nuestra identidad nacional no se limita a un partido de selección o a un pie de cueca dieciochero. El apego a lo nuestro se compone del cotidiano. De aquellos estímulos sensoriales que han tenido significado para nosotros. Este significado es primero sensorial, después emocional.
Gracias a la relación indisoluble entre experiencia e identidad es que nuestras autoridades deben preocuparse con particular esmero en mantener vivos espacios públicos en nuestro país. El patrimonio urbano, compartido por todos, es aquello que nos permite sentir la ciudad como nuestra.
Cada vez que se construye una plaza o en un bar-café se encuentran dos personas a conversar, se está favoreciendo, no solo la calidad de vida, sino el amor por la ciudad. Por lo tanto resulta indignante que existan comunas en el gran Santiago desprovistas de áreas verdes, en las cuales los niños no juegan, los deportistas no se ejercitan y las parejas no se encuentran. ¿Dónde se puede cultivar el placer de la lectura y la conversación en comunas que renuncian a los boulevares y prefieren llenar el espacio vacío con malls? Me niego a una ciudad que solo encuentre en el mall el único lugar de encuentro y placer. Es responsabilidad del estado estimular nuevos y variados puntos de disfrute comunitario. Es por esto que debemos valorar espacios como la maravillosa Biblioteca de Santiago o el cine arte Normandie.
Es de justicia reconocer avances. Legado Bicentenario apunta a la dirección correcta. Se han invertido millones de dólares construyendo estadios de futbol, teatros regionales y parques. Esta ha sido una de las políticas públicas más afortunadas de la administración Piñera. Sin embargo, una golondrina no hace verano. El patrimonio público debe tomarse como política de estado, financiada con fondos permanentes, máximo en un país sísmico como el nuestro, en el cual permanentemente se debe reconstruir o restaurar lo construido.
El ser humano solo ama aquello que conoce, por lo tanto, una de las responsabilidades más acuciantes de nuestros dirigentes consiste en desarrollar una ciudad que deleite los sentidos de sus habitantes, haciéndolos participe de su belleza. Esto no solo generará identidad, sino que asegurará el cariño de todos por aquello que sentimos nuestro.
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