Tras la celebración del año nuevo y con las luces aún iluminando los árboles de pascua, recordamos el más dantesco espectáculo consumista del mundo, la navidad.
Lejos de un pesebre humilde, lo cierto es que la navidad se ha convertido en una fiebre incontrolable. Los malls, verderos templos de consumo, se atestan de clientes poseídos por la desmesura. Lo cierto es que el sistema vive y triunfa mediante el rito navideño. Un ritual pagado en cómodas cuotas y visto en full HD.
Si creemos que los sistemas operan a nivel simbólico, para después conquistar la práctica, entonces el capitalismo ha triunfado. No hay símbolos más incrustados que los del capitalismo. De nada sirven las marchas por causas nobles, las donaciones a Greempeace o “las horas del planeta”. Todas excepciones que confirman la regla. En verdad, la enorme mayoría de la población observa la realidad desde una cosmovisión individual. En el inconsciente colectivo, nuestros conciudadanos clasifican y evalúan a sus congéneres en función de cuanto poseen. Mientras tener dinero y ostentar de sus bondades sea sinónimo de éxito, nada podrá detener la vorágine omnipresente del capitalismo desatado.
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Los socialismos reales fracasaron justamente porque fueron incapaces de trastocar una de las cosmovisiones más acendradas de nuestra cultura: el afán de lucro y la propiedad privada. Mientras estos elementos sean los valores trascedentes de nuestra sociedad, será realmente imposible una reingeniería social. Frente a la utopía marxista, anarquista o social cristiana, los porfiados hechos, una población obsesionada con su bienestar individual, defensora a ultranza de su pequeña parcela y, por cierto, bombardeada por necesidades inventadas, amparadas en programas de sugestión masiva a cargo de publicistas.
No importa cuántas veces nos tomemos de las manos, desconcertados por los niños hambrientos del Cuerno de África. Mientras el problema africano se resuelva a través de bajar los patrones de consumo, solidarizando la economía mundial, el problema seguirá vigente. Una cruda y lamentable lección. Preocuparse del problema del otro tiene un límite, no perder los privilegios propios. El festival de compras navideñas es una prueba evidente de la importancia que el individuo otorga al satisfacer sus propias necesidades. Preocupación primera y última de una sociedad decadente.
Si Descartes dijo “Pienso, luego existo”, hoy se podría decir: Consumo, luego existo. Consumir se ha convertido en fuente de crecimiento, desarrollo y felicidad. Una felicidad que mira a su ombligo. El llamado es a volver pensar en otro mundo posible. Un mundo nuevo donde la navidad sea un oasis de empatía social. Después de todo, soñar sigue siendo gratis.
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Querido José Luis Tello
Navidad, el día mas hermoso del año es mágico. todo el mundo se reune en torno a su familia o la mayoría trata de hacerlo.
Es muy gratificante entregar un regalo a quienes amas. No tiene porqué ser algo caro. Yo creo que se debe resaltar el regalar, dar, entregar; algo que tu fabriques, algo que indique tomarse el tiempo y la dedicación de entregar un presente pensando en esa persona especial.
Quitémosle el stress, los malls y el endeudamiento y agreguémosle retiro espiritual, villancicos, poner un pesebre en casa y un lindo árbol.
Te invito José Luis Tello a PROPONER vivir una hermosa Navidad.