Como todos los años, los resultados de la PSU muestran cuán desigual es nuestro país. Cada año nos refriega en la cara que aquellos con más dinero pueden comprar una mejor educación, que se adecúa para responder a este tipo de pruebas. Hoy podría hacer una predicción: los resultados de aquí al 2020 serán los mismos. Esto tiene una explicación bastante lógica, ya que no podemos esperar resultados diferentes si el sistema escolar desde su inicio hace permanentemente lo mismo: selecciona estudiantes por ingreso económico y por notas.
El problema central de este tipo de pruebas ha sido ampliamente discutido y pareciera que los acuerdos en torno a este nefasto instrumento son comunes. Ya el 2013 el informe Pearson señaló que este tipo de pruebas no sirve como instrumento que ayude a predecir ni en el largo, ni en el mediano ni en el corto plazo el rendimiento de los estudiantes que ingresan al sistema de educación superior. Por si esto no fuera ya un argumento potente, se suma a que la PSU posee un sesgo de clase que distorsiona el proceso de selección universitaria. Aquí entran en juego no solo los conocimientos sino que también el origen social, el tipo de colegio y por sobre todo la cultura familiar que existe detrás de cada estudiante. Este argumento confirma que los alumnos que provienen de familias acomodadas y de ingresos altos acceden a las mejores plazas.
Así, la PSU se ha transformado en la punta de lanza de un modelo que solo busca reproducir la clase para obtener mano de obra barata y poco calificada, reduciendo notoriamente las oportunidades de las personas, segregándolas según su clase y poder adquisitivo.
Hoy la PSU no es más que una radiografía que anualmente nos muestra las consecuencias de un Estado que dejó en manos del mercado la educación y el futuro de su nación. Nos revela las profundas desigualdades que genera un modelo que no comprende ni se esfuerza por generar una educación pública que integre a todos y a todas. Así también refleja algo que poco se discute, esto se refiere a la forma en que la escuela entrega educación hoy. Debemos poner la mirada en acabar con el conductismo y pasar a otro modelo evaluativo pertinente, que promueva aprendizajes emancipadores y todos ellos son a partir de problemáticas concretas, vitales, y la manera correcta de abordar esas prácticas vitales es a partir de un currículum integrado en lo interdisciplinar y en la realidad contextual de cada comunidad.
En síntesis, nos damos cuenta del gatopardismo que se oculta tras estas evaluaciones. La reformas, entonces, no transforman. Seguiremos siendo el país con mayor desigualdad de la OCDE si no asumimos la educación como un derecho y no como un bien de consumo.
Profesor de Educación Básica, especialista en Comunicación Escolar y Magíster (c) en Currículum. Presidente del Colegio de Profesores comunal Maipú.
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Tal vez nos faltan cojones, para decir basta de segregación, la tarea la tendremos q hacer nosotr@s con alumn@s y apoderad@s, si nos ponemos como meta hacer los cambios en educacion estos llegarán. Este sistema neoliberal le interesa un trabajador q no piense y durante estos años lo han conseguido, si esto no fuese así la derecha no hubiese ganado, somos nosotr@s los q debemos cambiar este sistema, unidos podemos......