Poco importa si la fisonomía acusa el paso del tiempo y el deterioro del cuerpo, porque la mirada y la actitud de esos niños, jóvenes y adultos, se quedaron para siempre en el brote de la infancia. El Pequeño Cottolengo, obra del inspirado Santo de la Caridad Don Orione, asumió la tarea de hacer tan luminosa y grata como se pueda, la vida de estos seres, irremediablemente frágiles.
Entrevista al director ejecutivo del Pequeño Cottolengo Cerrillos, Cristian Glenz:
Por Marina Palacios
En medio de la ciudad de Santiago, en la comuna de Cerrillos, los más de trescientos residentes del Pequeño Cottolengo celebra el 16 de mayo el aniversario número 20 de la canonización del Santo de la Caridad, Luigi Orione, Don Orione, fundador de esta obra que en nuestro país tiene ya más de 50 años y presencia en Santiago, Rancagua, Quintero y Los Ángeles.
En ese contexto de festejos el director ejecutivo del recinto, Cristian Glenz, y su equipo junto al Representante legal del Pequeño Cottolengo, padre Teófilo Calvo, reciben en una ameno encuentro de camaradería a los medios de comunicación de Cerrillos y Maipú, para presentar la trayectoria y alcance de esta magna Obra.
Un imponente terreno de nueve hectáreas rodeado de áreas verdes y muy próximo al colegio Don Orione, alberga a esta Institución sin fines de lucro perteneciente a la Congregación Religiosa “Pequeña Obra de la Divina Providencia” que en su misión de evangelizar, se aboca a las tareas de rehabilitación e integración de personas con discapacidad severa y profunda, una población de alta vulnerabilidad mayoritariamente en situación de abandono.
Allí, niños, niñas, adolescentes y adultos son atendidos en sus diferentes necesidades, los más autónomos se aprecian comunicativos, otros ensimismados, en un mundo propio, varios desarrollando actividades diversas según sus condiciones de salud y de discapacidad.
Sus edades promedio se sitúan en torno a los 43 años con una edad mental que no supera los cuatro años. Muchos ingresan siendo muy pequeños, provenientes de familias que no pudieron hacerse cargo de un menor con múltiples discapacidades y situaciones complejas de salud.
“Cuando cumplen 18 años, no egresan, no pueden hacerlo porque su edad mental es de entre dos y cuatro años, entonces se vuelven adultos, después adultos mayores, pasan toda su vida aquí hasta fallecer” comenta Cristian Glenz.
En lo pragmático, la tarea demanda personal multidisciplinario.
“Tenemos incluso más trabajadores que residentes –precisa el director-, la proporción es casi de uno a uno”.
Sin embargo, en lo humano la tarea demandada es aún mayor, requiere una vocación comprometida que advertimos a poco de escucharlos. Quienes allí se desempeñan, la poseen de sobra y la transmiten con convicción.
Y es que aún cuando, como lo enfatiza el padre Teófilo Calvo: “nada supera al cuidado que brinda el hogar y la familia”, el empeño del Pequeño Cottolengo es que los residentes puedan lograr su máximo desarrollo rodeados de un entorno protector y acogedor en lo planos espiritual, social y familiar.
Para concretarlo, se pone en marcha ‘24/7’ una acción conjunta de profesionales, auxiliares, personal de apoyo, familiares, benefactores, voluntarios y amigos que se desempeñan en las distintas áreas de la medicina y atención especializada comprometiendo un presupuesto promedio de 2,5 millones mensuales por residente.
Lo que implica la preocupación permanente de sus administradores por solventar estos gastos puesto que la ayuda del Estado sólo cubre el 50 por ciento del costo total.
“Afortunadamente, contamos con la colaboración de las universidades cuyos profesionales hacen sus prácticas aquí. Nosotros somos campo clínico de varias universidades, por lo tanto, eso nos permite tener kinesiólogos, fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, nutricionistas, enfermeras. Todos los días hay alumnos aquí. El hecho de que vengan jóvenes y vivan una experiencia de dos meses en el Cottolengo, después salen personas más profesionales, un poquito más fraternas” continúa Glenz.
En este espacio de Avenida Don Orione 7306, se distribuyen ocho hogares de niños, mujeres, hombres y adultos mayores, una gran cocina central donde se preparan 1.500 colaciones diarias, atendiendo las necesidades específicas de nutrición que se requiere.
También se dispone de un policlínico, una farmacia y dos ambulancias que permiten atender con prontitud las urgencias de traslados al hospital de quienes lo necesitan. Salas especiales para los que regresan de una hospitalización, con monitoreo por profesionales que cumplen turnos de ocho horas cada uno.
“Contar con dos ambulancias que también fueron donadas, muy equipadas, nos ayudan a salvar todas las vidas de estas personas tan vulnerables, de hecho fallece en promedio una al mes, diez al año” señala el director.
El amor que trasunta en el relato de los profesionales que dirigen este centro está también lleno de iniciativas para mejorar continuamente la atención a sus residentes.
Prueba de ello es la incorporación de nuevos espacios recreativos, una piscina de hidromasaje, un huerto orgánico donde trabajan algunos residentes bajo el sistema de trabajo protegido, y dos jardines terapéuticos, porque -nos hacen una afirmación envuelta en una pregunta de la que saben la respuesta-, ustedes han escuchado que la naturaleza sana ¿cierto?
Las actividades recreativas y terapéuticas de rehabilitación son altamente apreciadas por los residentes que expresan su alegría y evidencian avances en su estado de ánimo, frenando en parte el avance del deterioro físico.
Se llevan a cabo en diversos talleres deportivos y en la zona de equinoterapia asistida por un profesional universitario, que cuenta con tres caballos y que fue implementada gracias a la donación de una persona comprometida con el proyecto.
Esta práctica conocida también como hipoterapia, es “maravillosa para las personas con discapacidad“, nos comenta Glenz en el momento en que Manolito, un residente experimentado, realiza acompañado por su instructor, una demostración montando a “Pampa”, un ejemplar debidamente entrenado para interactuar con estos jinetes especiales.
Los talleres de canoterapia en tanto, constituyen otro aporte interesante. Los perritos vienen cuatro veces a la semana, acompañan a los residentes que están postrados, esa interacción con un animal los estimula y resulta súper positiva.
Por otro lado, la escuela especial para personas con discapacidad con que cuentan, es un logro que valoran enormemente. Más que enseñarles a leer y a escribir, cosas que nunca van a aprender, se busca a través de las salas multisensoriales estimular los músculos a través de la vista, el sonido, el tacto,y los olores.
Glenz recalca que la Obra del Pequeño Cottolengo no busca causar lástima, sino visibilizar la realidad de estos seres humanos que transmiten una ternura especial, personas que estando tan cerca a veces los situamos tan lejos de toda comprensión y caridad. Y lo logran sin duda, por eso la frase referida por el director al principio de su relato, marcó este trabajo periodístico: “Por su discapacidad ellos son niños toda la vida, por eso también son tan alegres y tan desvalidos” .
Periodista U. de Chile.
Magister en Educación.
Presidenta Asociación Profesores de Francés de Chile.
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