Por Bárbara Pizarro.
8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. En el colegio lo celebraban con rosas y reconociéndonos a nosotras como niñas, tratándonos bien. Era nuestro día, qué gesto tan siútico.
Lo erróneo de este gesto es que no necesitamos ese reconocimiento una vez al año, necesitamos el respeto. Siendo la violencia de género un tema que está en la palestra social desde hace un tiempo, nos siguen matando, nos siguen maltratando. Seguimos teniendo un sueldo promedio menor al que tienen los hombres, seguimos teniendo responsabilidades sociales que tienen un argumento biológico tan fuerte que ha persistido durante siglos.
¿Cuestionamos realmente lo que debemos cuestionar? Más allá de la conmemoración de este día, hay que recordar la violencia que a diario vivimos las mujeres. Que a lo largo de la historia, el género femenino ha luchado por posicionarse como un ser político con derechos civiles, políticos y sociales, al igual que el hombre.
Dentro de todos los tipos de violencia existentes en contra de la mujer (no reconocidos jurídicamente) hay uno que está naturalizado y es el acoso callejero, que obedece justamente a entender como parte de nuestra convivencia la violencia de género, en donde de manera unilateral y sin consentimiento alguno de la víctima día a día recibimos esos tipos de tratos vejatorios, carentes de dignidad por parte de los hombres de esta sociedad, que consideran normal “piropear”, gestos, “agarrones”, persecución, fotografías, masturbaciones en público, etc.
Prohibimos el aborto, violentamos los derechos sexuales y reproductivos, lo penalizamos ¿y qué?, en las clínicas privadas de nuestro país la gente paga por ello, no se habla de sexualidad porque es un tema tabú aún, defendemos con fervor la vida, sin ser capaces de velar por la vida en este sistema que denigra, discrimina y maltrata al ser humano, a la mujer y a la comunidad LGTB.
No soportamos a una humorista en el Festival de Viña sólo por sentir que es grosera, sin embargo nos encanta Morandé Con Compañía y su contenido sexista; avalamos esta cultura que no permite conciliar la posición feminista, sino que condena con prototipos y cataloga como “feminazi” a aquellas mujeres que luchan a diario con este paradigma que bajo ninguna posición promueve los valores del respeto y la tolerancia.
¡Tanto que conmemorar y visibilizar! el diagnóstico es claro, la mayoría de las mujeres viven algún tipo de maltrato, y los más violentos y trágicos surgen en aquel núcleo familiar, considerado como fundamental para la sociedad, la familia; el desenlace de esta acción llega a la expresión más cruel e inhumana, crímenes gravísimos por celos o por posesión machista, tratos denigrantes y nocivos que permanecen por una dependencia económica o simplemente por miedo.
Debemos aprender de lo que la historia nos muestra, y paradojalmente, aquellos grupos sociales que han sido víctimas de la violencia y la discriminación siempre han sido minoría, no así pasa con las mujeres, representamos la misma cantidad de hombres en el mundo, y aún así existe una hegemonía por sobre nuestro género.
Queda aún por reflexionar, juntas sin miedo.
[Imagen: Karen García R. (CC)].
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