La semana recién pasada, en los salones del antiguo Congreso Nacional en Santiago (en las cosas importantes seguimos siendo centralistas), la comisión de agricultura del Senado aprobó el proyecto de “obtentores vegetales”, más conocido como ley Monsanto-von Baer. Los medios en general han omitido este verdadero atentado a la autonomía alimenticia.
Monsanto es una empresa norteamericana, líder en el mercado de alimentos alterados genéticamente (transgénicos). Esta empresa entra al mercado internacional a través de las firmas de Tratados de Libre Comercio de Estados Unidos con el resto del mundo. El modus operandi de Monsanto consiste en comprar semillas de algún determinado alimento, alterarlo genéticamente y después quedarse con los derechos del alimento en cuestión. Excelente estrategia de monopolio, pues Monsanto se transforma en la única entidad a la cual se le debe comprar dicha semilla.
Para complementar el proceso, se les acusa de contaminar el resto de las cepas no alteradas, de tal manera que no exista competencia alguna. Por si esto fuera poco, los transgénicos son dependientes de pesticidas cuya patente pertenece a Monsanto.
De esta forma, alimentos tan típicos y consustanciales con nuestra identidad como las papas chilotas o las sandías de Paine podrían perfectamente pertenecer únicamente a la transnacional norteamericana. Se acaba entonces la agricultura tradicional y autóctona.
De todas formas existen empresas criollas destinadas al negocio de los transgénicos, es el caso de Semillas Baer, propiedad de Erik von Baer (padre de la senadora designada Ena von Baer), quien a su haber ha inscrito varios tipos de trigo, cebada y avena.
Ya se ha avanzado bastante en el proyecto, aunque usted no lo crea. La ex presidenta Bachelet el año 2009 incitó al congreso a discutir el convenio UPOV 91, el cual consiste en una suerte de ordenamiento internacional que legitima la acción monopólica de las empresas transgénicas. Posteriormente el presidente Piñera se encargó de ponerle urgencia a la iniciativa.
Así en mayo del 2011, mientras el país salía a la calle por Hidroaysén, el Senado aprobaba en lo grueso el convenio UPOV 91. Sin embargo este convenio no puede hacerse efectivo si el Senado no aprueba una ley específica de obtentores vegetales. Justamente este es el trámite que el legislativo despachó la semana pasada.
En definitiva nuestro modelo se está acoplando con la globalización. Ya lo intuía el erudito historiador alejandrino, pero con nacionalidad británica Eric Hobsbawm. El capitalismo ha mutado en empresas internacionales que no respetan las soberanías de los estados naciones, solo se mueven en función de sus intereses y no escatiman en mantener ningún principio ético.
Quienes defienden el modelo sostienen que el camino de los transgénicos es el único capaz de sustentar una población cada día más numerosa. Sin embargo, parece contradictorio que la ideología de la libertad funcione bajo criterios de subordinación.
A este ritmo, en pocos años la tradicional quinoa mapuche aparecerá en los supermercados de la Araucanía, las ganancias las podremos aquilatar en Wall Street.
* Profesor de Historia y Geografía. Maipucino.
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