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Mene, Tequel y Parsin*, en nuestro sistema político y social

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Todo parece acercarnos en este momento de la vida republicana, a un horizonte de cambio verdadero, que solo la bruma de la incerteza desvanece y oculta a la visión de un  pueblo esperanzado en  los sueños de una convivencia distinta, que supere los viejos relatos anquilosados en el transcurso de su historia, contados por gentiles, cortesanos, trovadores o simples hechiceros de masas, a medias convencidos de sus propios ensalmos; lo suficiente para hacernos testigos contemplativos de tiempos de libertades controladas, de accesos diferenciados a los bienes y necesidades básicas, de indulgentes tiempos de democracia protegida, cuando zozobró la excusa de la dictadura oprobiosa y  enajenante  que nos golpeó en la carne y la conciencia.

Hemos vivido en esta tierra de faja angosta y extendida, siendo parte de los hilvanes con los que hemos tejido lo que creemos o queremos llegar a ser, un pueblo que escribe el guión de su historia, con muy dolorosas desigualdades, para alimentarse, educarse, tener derecho a un cuerpo y una mente sana, incluso para amarse  y unos, más  o menos conscientes, nos entregamos  a los giros turbulentos de esta vida social, erigida como una bacanal de diáfanas o solapadas injusticias y desamor por el prójimo, el hermano, el compañero, el compatriota, sea porque nos inundó el temor, la ignorancia, el interés o la indiferencia.

Cierto es que no podemos soslayar nuestra presencia en esta fiesta, aunque algunos insistan en que no han estado invitados y solo la han visto a través de algún intersticio. Si algo está por cambiar, será una puerta abierta suficientemente ancha para que entren todos, con sus historias, sus verdades y también sus excusas, sus abusos, sus bondades,  sus culpas, sus diatribas, sus profecías, sus utopías,  entrarán todos.

Alguien deberá portar los nuevos planos con los ajustes de un tiempo nuevo, para archivar de una vez, por ejemplo, el engaño en esta realidad de una educación de calidad para todos; para evitar consumirnos en la mentira cruel y aleve que esto es posible creando agencias y superestructuras inquisidoras que la clase política ha  inventado para confinar la educación pública, y de paso proteger de manera transversal el vergonzoso interés y lucro que han obtenido con la explotación comercial de este derecho instalados en el giro del negocio educacional, porque se han convencido que en la filosofía (si es que la hubiere) y trascendencia del dogma de la economía liberal la educación es por sobre todo un  bien de consumo y consecuentemente no es admisible comprenderla como derecho consagrado para la sociedad de la que todos somos parte.

Por ello aquí en esta dimensión y comprensión, es absolutamente innegable que el umbral del cambio tendrá el espíritu y rostro de tantos miles de jóvenes, que caminaron las amplias y prohibidas alamedas para decir con fuerza y arrojo que había llegado la hora de hacer a un lado las amarras que magullaban su espíritu y mantenían cautivas sus expectativas, en el camino por alcanzar niveles superiores de educación sin el flagelo que imponen los costos elevados y excluyentes para las posibilidades de cientos de miles de estudiantes. Llegará esta hora  en que  se dará por contado y superado este reinado clasista y  vergonzante, que ha sido puesto en la balanza y hallado falto de peso y consistencia, y que por tanto es preciso aceptar que la oportunidad será de otros para hacer las cosas de un modo distinto. Ahora, cuándo es el momento, cuánta transición se precisará entre un orden, el statu quo y un cambio, seguramente dependerá todavía de algunas interrupciones semánticas que conspirarán en contra de que se vea la luz de este progreso, y es que así como es dable aceptar que no hay cambio sin resistencia, también podríamos decir que romper este paradigma requiere de algunas respuestas que le den sentido.

Así también habrá de corregirse la inhumana condición como se cuida la salud de unos y otros ciudadanos, estratificados y seriados para su atención. Vendrá el tiempo y la jornada de unos cuantos que sumarán a miles para despertar de la embriagada complacencia que nos degrada cada día tras largas esperas en el acceso a una atención en el campo de la medicicina, muy lejos de ser digna en nuestros centros públicos de salud y absolutamente prohibida e inaccesible para una buena parte de los ciudadanos en clínicas y consultas privadas. Nada distinto para agregar en el sistema previsional, defendido a ultranza por sus progenitores como un modelo de estabilidad y equilibrio, verdadera pieza de ingeniería capaz de evitar el vahído económico del país, un plan asertivo para las autoridades económicas (transversalmente, porque nadie ha intentado algo diferente) como lo fue alguna vez el Plan de Empleo Mínimo (PEM), que —concientizado y exacerbado nuestro más perturbador patriotismo—, por largos años se implantó en el modus vivendi de una parte importante de la población. Otra vez los trabajadores, los más humildes fueron conminados a “apretarse el cinturón” por Chile y su futuro, habida consideración que la asonada militar fascista que surcaba los cielos de esta parte del continente en la década de los setenta, también había depositado sus asentaderas en nuestra nación, lo que posibilitó la instalación de este odioso y forzado orden económico social. Cuando la mano del pueblo escribió en los muros el Mene, Tequel y Parsin del fin a la tiranía, quizás si esperábamos más de nuestro destino, o sin darnos cuenta habíamos caído muy profundamente en el abismo de las diferencias. Hoy advertimos que es casi un imperativo ético avanzar a un estado superior de equilibrio, a pesar que la representación política post dictadura y su sistema de reproducción, padecen de un mal social de difícil cura, como es el descrédito; al igual que insignes instituciones como la iglesia, y otros poderes del estado.

La pregunta es si no estará escrito ya en los muros de La Moneda el Mene, Tequel y Parsin, que nos indica que aunque la fiesta se prolongue, el reinado ya ha sido medido, pesado y dividido, para ser cambiado.

* Expresión contenida en la Biblia, en el capítulo 5 del libro de Daniel, que puede leerse acá.

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