Editorial: Maipú, se acabó la fiesta.

Qué duda cabe, estuvo bonita la fiesta de la chilenidad en la comuna de Maipú. Varios miles de ciudadanos maipucinos, y también venidos de comunas aledañas, disfrutaron durante seis días con la participación de variados artistas nacionales, que se subieron al excelente escenario ubicado en la piscina municipal. Los Tres; Buddy Richard y los Viking`s 5; Clavel; Illapu; Chico Trujillo; Tomy Rey;  Nancho Parra; Los Bunkers; Deja Vu; Los Paleteados del Puerto; Giolito y su Combo; Rivalito; El Palta Meléndez; Combo Tortuga; Pedro Peyuco; en fin, una larga lista de artistas criollos, para todos los gustos y edades.

La celebración de fiestas patrias ha estado tradicionalmente encuadrada por la autoridad. Pero la chingana se sale por los poros. Año tras año, la televisión da cuenta primero de la ceremonia oficial (festiva, pero protocolar); enseguida, se cruzan los humos, parece transmitirse el olor de la carne asada, los interiores, los anticuchos, la fritanga… Los entrevistados, progresivamente enturbiados, muy animosos; el habla sale en un vaho. Al final siempre aparece un borracho bailando solo, haciendo morisquetas.

Se produce una suerte de orgía recreativa masiva, todos más libres que nunca. Fuera de la casa, del closet y de las formalidades atávicas, bullendo en familia, con los niños, los coches, la manta, el sombrero, la señora, la pareja, la polola, la suegra… La cueca chilena de fondo:

Ay Rosa baja la pierna
que se te asoma la enagua
mira que a los que te miran
la boca se les hace agua
mira que a los que te miran
la boca se les hace agua

Parece evidente, y es curioso, sintomático, que la ceremonia oficial tiene cada vez menos brillo. Y que la autoridad (en general, y quizás desde los “Carnavales Culturales” del gobierno de Ricardo Lagos, en estos últimos años) se haga cargo de organizar la chingana. Es de decir, de democratizarla. Es decir, de entenderla como algo de interés común. Resultando algo así como un desenfreno controlado.

Y así se nos vino y se nos fue esta fiesta de la chilenidad que Maipú celebra desde hace varios años; cada vez poniendo alguna nota distinta, contemporánea, más cerca del gusto masivo de sus habitantes, como un nuevo fenómeno que irrumpe entre nosotros, como un delirio común: como el fervor por la selección…

Una expresión que va mutando nuestros rasgos de identidad, que va configurando una forma de ser y hacer que se empieza a escapar de los usos y costumbres que hemos construido como el arquetipo del maipucino nativo, para hacerlo más universal, con menos fronteras, menos apegado al espíritu reverencial del legado histórico, la batalla de abril, su templo y devoción mariana, de su triada cívica, religiosa y militar. Por todo cuanto su adhesión y concurrencia a sus hitos conmemorativos es cada vez más escasa.

Después de la chingana viene la resaca. No queda otra que esperar que se disipen los humos, penetre el aire que nos permita respirar.

Y reflexionar, quizás, idealmente, sobre lo que queremos como comunidad que cumple otro año.

Pasadas las fiestas, las autoridades, historiadores, investigadores, educadores y las organizaciones de la sociedad civil y todos los que efectivamente estén interesados en la tierra que pisan, pueden abrir puertas a nuevas conversaciones donde poder compartir y, más allá de  los eslóganes e isotipos perecibles, poder intercambiar visiones sobre nuestra cultura e identidad.