Para no someter a un estrés interminable de reiteración descriptiva de delitos que se amontonan en las pantallas de los principales noticieros y cadenas de radio y rrss del país, baste decir que los chilenos y chilenas cada día saben con más impotencia que enfrentarse cada día con el riesgo de sufrir en carne propia los efectos de la violencia desbordada en nuestra sociedad ya no tan solo significa velar por el cuidado de sus bienes, su casa, su auto, sus cosas, en fin todo aquello que ha sido parte del esfuerzo personal y familiar la mayor de las veces obtenido tras largos años de trabajo, pero ahora también está amenazada la integridad física de las personas, la vida de cada cual se juega en un segundo, en el actuar decidido de delincuentes que ya no se detienen ante nada.
Maipú, en el triste podio de líder de la delincuencia.
Aunque a los maipucinos y maipucinas nos resulte triste, es la realidad y es cierto, no es que se trate de un fenómeno exclusivo, pero convengamos a lo menos dando crédito a estadísticas de los propios organismos policiales y gubernamentales que en algunas áreas de este ataque delictivo, la comuna encabeza varios tipos de acciones violentas y de inseguridad pública o social, ocupando los primeros lugares en la delincuencia por estos días sin control.
Es la suma de las acciones delictivas, estas que tienen lugar a pequeña escala, aquellas que son invisibilizadas por la práctica cotidiana, creciente, que tapa una acción delictual violenta ultrajante, con otra que sucede en una cadena interminable de pequeños delitos que van dejando grandes secuelas, porque al final, nos empezamos a encoger de hombros, porque faltan policías, porque el plan cuadrante es muy amplio, porque los delincuentes tienen más armas que la autoridad, porque seguridad ciudadana no puede hacer mucho y al final porque este es un trabajo del gobierno y no de los municipios.
Hace unos cuantos meses, en un sector central de la comuna de Maipú, mientras un conocido dirigente social y comunicador se encontraba junto a su familia, fueron asaltados en su propia casa por delincuentes que ingresaron y no dudaron en disparar y herir a una de sus hijas, cumpliendo un patrón de conducta para este tipo de asaltos que los medios se encargan después de contextualizar en detalles y relatos hasta que rápidamente hay que cubrir otro asalto, otra balacera, otra secuela de dolor, otra historia de una víctima que se queda sola, reconstruyendo sus lesiones, enfrentando largos controles médicos, operaciones, costos, rehabilitaciones, dolores físicos, impedimentos y secuelas que serán una nueva compañía en su vida, ¿por qué?.
¿Este fenómeno también es parte de la pérdida profunda de autoridad y legitimidad?
¿En algún momento extraviamos la idea que éramos contribuyentes de una sociedad en que respetamos la autoridad de las personas y en razón de su cargo respaldamos el rol que cumplían en la sociedad?
El mensaje de la autoridad local está lejos de contener una promesa de solución en el corto plazo, y da cuenta de estar sobrepasado para enfrentar el problema de la delincuencia.
A lo mejor en momentos difíciles como estos pudieran aflorar propuestas de solución gradual de la mano de iniciativas parlamentarias en el distrito, aunque no sea la institución más legitimada en la percepción popular.
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