Por Marco Barros.
En las regiones montañosas de Nepal en los Himalaya, existen unos pobladores llamados los Sherpas, por tratarse de regiones a grandes alturas sobre el nivel del mar, se habla de ellos como seres humanos dotados con cualidades físicas adaptadas al lugar, su sangre es menos espesa con menos hemoglobina, lo que permite que la circulación de su sangre sea mas eficiente y genere menos presión al corazón, los Sherpas se han transformado en un apoyo fundamental para los montañistas que año tras año se atreven a hacer la cumbre del Everest.
Por estos días sin ir tan lejos y dentro de nuestras propias fronteras existen los llamados Paitocos, estos son personas de origen aimara, legalmente chilenos pero con ancestros indígenas bolivianos, dicho folclóricamente, los “Paitocos de la carretilla”, son personas a los que no les han hecho estudios para saber si sus cualidades físicas son parecidas a la de los Sherpas o si tienen alguna condición especial que les permita correr con sus carretillas a grandes alturas y en las orillas de nuestras fronteras, luego de pactar una suma determinada de dinero con algún migrante o caminante como se les ha llamado en este último tiempo, para quienes el lograr llegar a este país se ha transformado en la cima del Everest.
Estos paitocos toman los bultos y corren rápidamente por los sectores más intrincados del desierto para dejarlos en un lugar específico, en algunos casos como en este relato, los caminantes cuando ya no tienen las fuerzas suficientes, también colocan en estas carretillas a sus hijos pequeños porque el tramo a transitar es muy riesgosos y aunque intentan mantener el ritmo del paso de los hijos del altiplano, prontamente son aventajados, y al correr del tiempo y al encontrarse con sus cosas, también se encontrarían con la sorpresa de que su hijo estaba acompañado por un militar chileno, quien les pregunta si el niño es su hijo, la madre sacando fuerzas de flaqueza lo toma entre sus brazos, sus lagrimas llenas de angustia y desespero esperando no ser apartada de él, le responde que sí, es mi hijo.
Como era de esperar el funcionario militar les solicita la documentación y ellos entre lágrimas solo son capaces de susurrar – no nos deporte por favor – el pequeño que se encontraba en los brazos de su madre le habla con tal convicción al militar y le dice – en nuestro país se acabó el futuro y solo existía esta oportunidad, caminar hasta encontrar un lugar como este que nos permita tener un futuro – fue tan conmovido este oficial por las palabras del pequeño, que les devolvió sus documentos y les dijo, sean bienvenidos a Chile. Como esta hay más de 56.000 historias en este último año sobre caminantes famélicos, adoloridos y quemados por el sol y las inclemencias del tiempo, sin contar los que han quedado tirados en los sinuosos caminos de estas fronteras testigos mudos de tanto dolor e historias que estaban llenas de esperanza pero que tuvieron un inconcluso final.
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