Los “007” no son de Maipú, sin embargo los incluyo en esta sección porque trabajan de vez en cuando en Maipú y, sobre todo, porque a través de ellos supe el nombre de una canción. Acababa de cruzar Manuel Rodríguez, yendo por 5 de Abril, cuando oí las primeras notas. Me detuve, lo consideré cinco segundos y deshice mi camino hasta donde Guido Kortmann (él vende los CDs del grupo), quien me lo dijo:
—“Ruedas”.
Dos segundos más tarde irrumpió un tipo silbando: “Fufufú, fu fu fú, fu fu fu fú…”.
— ¿Cómo se llama esa? —inquirió.
— Esa —siguió—: Fufufú, fu fu fu fú, fufufú…
— “Playa solitaria” —respondió Guido, quien festinaba a raíz de una apuesta que mantenía con el primer guitarrista. Este había dicho que ganarían $10.000 en diez minutos.
“No. Voy a ganar yo”, repetía Guido, con un entusiasmo algo extraño si se considera que lo conveniente en términos monetarios era que perdiera. “Son cuatro temas. Ya ha tocado tres, y faltan $4.000”, calculaba.
Precisamente “Ruedas” es el tema de los que tocan que más gusta a Germán Astudillo, segunda guitarra: “Es como una rosa —dijo—: sencilla, pero cualquiera no hace una rosa. La música es compleja por detrás, pero se manifiesta de forma sencilla”.
“¿Evoca algo particular para usted?”, pregunté. “A mí no me hace evocar —contestó—, la evocación tiene que ver con la experiencia de cada uno. En qué tiempo escuchó esa canción y qué vivió en ese tiempo. No se da siempre, se da de repente… de repente te da un rayo de reminiscencia, de algo que viviste”.
Dado que no poseía la técnica suficiente para tocar música del estilo de “Ruedas”, Germán inició una carrera en la música tropical, que abandonó junto con un estilo de vida que presenta como licencioso, en la medida de su incorporación a los Testigos de Jehová. En Rengo construyó una vida junto con su esposa, desempeñándose como peluquero. “Ahora que, después de viejo (una vez eduqué a mis hijos, y les di lo que necesitaban en el sentido emocional, espiritual) me quedó un espacio a mí, dije: Yo voy a volver a tocar”.
Al comienzo vio una humillación en hacerlo en la calle, pero ha hallado una enorme satisfacción. “Lo que nosotros hacemos —dice—, los CDs, tiene un costo, porque nosotros tuvimos que grabar, pagar músicos para hacer las pistas, etcétera. Ese es un costo que la gente lo paga, pero la música que nosotros hacemos no tiene precio, porque es nuestra vida. Uno ensaya, practica y desarrolla el talento no para guardarlo, sino para entregarlo. Entonces a uno le satisface entregar algo y que la gente lo aprecie. Es un regalo que nosotros le hacemos a la gente, es un aporte”.
Le pregunto qué le gusta hacer cuando no está tocando:
“Mira, yo soy artista —responde—. A mí me gusta pintar, yo hago muebles. Soy creativo cien por ciento. Pero lo más importante es que yo medito mucho, estudio mucho la Biblia. Somos dedicados los Testigos de Jehová… —ha bajado ostensiblemente el volumen de su voz—, porque es importante transmitir un mensaje de la palabra de Dios, un mensaje sabio de que vienen tiempos buenos de parte de él”.
— ¿Y cómo diría usted que son los tiempos que corren?
“Estamos en los últimos días de este sistema. A la sociedad la veo muy mala. La muchedumbre sigue los pasos de los que van a arriba, que están en la televisión. Que lo único que hacen es fornicar en vivo, las mujeres se entregan en vivo, la homosexualidad está permitida y todo lo que le hace mal a uno lo aplauden. La gente no piensa, no tiene criterio para discernir qué es lo correcto. Y la Biblia, la palabra de Dios, te dice qué es lo que es correcto, qué es lo incorrecto. Si uno no se guía por esas reglas está sonado… Ahora, no se trata de tomar la Biblia y darle una interpretación privada. La Biblia se estudia”.
“Sigo siendo imperfecto —señala—, de repente cometo tonteras, pero dentro de lo aceptable. Por ejemplo ahora mismo me enojé con las personas que vendían boletos, porque fui a comprar boleto y me dijeron: No. Cómprelo en el bus… Y en el bus es más caro. En el terminal sale novecientos pesos y en el bus vale mil pesos. Y ahí me enojé un poquitito, fui un poquito rudo”.
Germán no siempre acompaña a los otros, porque se cansa. Como vive en Rengo, debe levantarse antes de las seis de la mañana. Toma un bus de la empresa “Buses del Sur” hasta el terminal O’Higgins, en Rancagua. Allí lo pasan a recoger Ramón Toro –primera guitarra— y Guido Kortmann, quien, como anoté, vende los cedés.
Ramón Toro tiene una apariencia ceñuda, impenetrable, debido a las gafas de sol que utiliza y a que no gesticula ni habla cuando toca la guitarra. Pero cuando se saca las gafas y habla con uno, da la impresión de ser una persona amable. Prístina, me atrevería a decir. Tiene los ojos claros, una figura huesuda, nervuda; una manera ser tímida, diría, humilde. Lo acompañé a almorzar —él solo había desayunado un Yogurt, y eran las cuatro de la tarde— y me contó varios aspectos de su vida.
Que trabajó en ESSEL, empresa sanitaria de la sexta región (hoy lo es ESSBIO), como operario de planta. Cuando la empresa pasó a manos españolas fue despedido junto a buena parte del personal, cuenta. Con el dinero de la indemnización se compró un colectivo e instaló un negocio de abarrotes en su casa, en la población Jardín Oeste de Rancagua.
Por ese mismo tiempo —unos cinco años ha— había grabado un CD, en el estudio de un amigo: “El CD lo ponía en el auto a los pasajeros, y cuando escuchaban la música decían: Oiga, ¿y ese CD, adónde lo compró? No, es un CD que yo grabé estudio con unos músicos, para mí, personal… decía yo. Oiga, pero ¿qué está haciendo aquí en el auto?, se está perdiendo aquí con su talento, me decían”.
Él tenía el “bicho” de tocar en la calle, según dice, desde que lo vio hacer a sus amigos “Manolos”, en La Serena. Pero le daba vergüenza. Un día, sus hijos le comunicaron la idea de un emprendimiento, y para apoyarlos, Ramón vendió el colectivo. Y así fue quedándose sin tantas excusas para no tocar guitarra.
“Cuando yo era chico me tiraba de guatita a escuchar la música que mi papá ponía en la Radio Chilena y tocaban todos esos temas: “Apache”, “Sonambulismo”, “La playa”. Yo me imaginaba tocando esas melodías y había una guitarra en la casa, y la miraba, pero no sabía tocar nada.
“Cuando tenia catorce, mi hermano mayor, que en paz descanse, fue a veranear a Valparaíso, por un mes… ¡Y llegó sabiendo tocar guitarra! Se aprendió el tema “La playa”, de Claude Ciari:
“— ¡Enséñame!, ¡enséñame! —dije. Y como a esa edad somos medios egoístas los hermanos, me dijo: Me tenís que dar una moneda y te la enseño. Le pedí plata a mi papá… Y luego me enseñó otra. “El amor es azul”, de Paul Mouriat. De ahí en adelante comencé a sacarlas yo…”.
Hace seis meses, estando en casa, Ramón intentaba separar a dos de sus perritas, que peleaban a muerte. Una de ellas, “Chica loca”, le arrancó una falange del dedo medio de la mano izquierda. “Quedé en estado de shock”, dice Ramón, “lo primero que se me vino a la mente fue: No toco más. La música es mi pasión”.
“Salía como cuatro millones ir a Santiago, a una clínica, y no había seguridad de que tuviera movilidad en el dedo”, explica, así que optó por la amputación. “Mi hijo del medio lloraba cuando me veía así. Papá, aunque tenga que vender el negocio vamos a Santiago, decía”. Tras una semana de depresión (¡poco!) Ramón comenzó a practicar. Dos meses después puede tocar casi todo su antiguo repertorio. En lo que no, Germán le ayuda.
Como Germán, Ramón tuvo un grupo de música bailable. Como él, se aburrió de la vida “bohemia” –si bien mucho más tempranamente—; y como él dejó la guitarra por un tiempo considerable, por construir un hogar. Hasta que el ejemplo de otros músicos lo decidió a instalarse en el paseo Independencia, en Rancagua: “Un día sábado (había llovido en la mañana, después salió el sol) salí premunido de veinte copias de un CD, y junté cualquier gente. Me escucharon, y vendí todos los CDs”. Con el tiempo se animaría a viajar.
Un caballero solía pararse a mirar su presentación junto a una bicicleta. En aquel tiempo, un muchacho le ayudaba a Ramón a vender los CDs. Un día, el muchacho se ausentó, por ir a una entrevista laboral, y el caballero lo reemplazó. Poco después, Ramón le preguntaba a este: “¿Tenís problema en acompañarme?, mira que yo viajo harto”. “No. Yo soy separado, tengo hijos mayores, y vivo con mi primo. Así que si hay que ir pa’ afuera, yo engancho”, respondió Guido Kortmann.
“Él tiene una historia buena también”, me dijo Ramón. “Era trapecista en un circo hasta que se cayó, y ha recorrido todo Chile”.
Yo traté de entrevistar a Guido Kortmann, pero él no quiso.
Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.
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Todos los Cd que le compre a Germán Lautaro en viña del mar , los perdí en cambio de casa, como adquirirlos otra vez ? O como ubicar a Germán ?