—Compañero, ¿tiene un cigarro?
—Sí —dijo Miguel Ángel, y le tiró un “Liberty”.
El sujeto, tirado en el piso de la carpa entreabierta, semidesnudo, tenía la zona genital ensangrentada, casi en carne viva…
Miguel Ángel Romero era un joven que había vivido a plenitud la ebullición cultural y política (“la política como parte sustancial del desarrollo de una persona”), durante la Unidad Popular. Estudiaba en el liceo Amunátegui, y militaba en la Jota.
No ha estado cerca de repetirse un estado de la sociedad tal, “que los grandes artistas se mezclen en la población o vayan al liceo”. Miguel Ángel ayudaba a los de la Brigada Ramona Parra, leía con avidez.
Fue un período formativo. Autoformativo, porque de él nacía el hambre de aprender.
Su mamá era dirigenta poblacional, a cargo de la junta de abastecimiento y control de precios, por lo que su casa era un centro de distribución, al que entraban y del que salían cajas con mercadería.
A principios de los setenta, el pasaje Barón de Juras Reales de la villa Pamela se cerraba para el cumpleaños del vecino tanto, se celebraban los dieciocho, tres días seguidos. “Había mucho espítiru de comunidad”.
Desde el 11 hasta el 13 de septiembre del 1973, Miguel Ángel estuvo acuartelado junto a sus compañeros de izquierda en la escuela normal femenina del barrio Yungay, “esperando que el ejército, con Prats, se pusiera del lado de Salvador Allende, y se iniciara una guerra civil para defender al gobierno”. Cuando volvió a casa, su mamá lo encerró.
—¿Qué pasó con la vida en comunidad?
—Ya no había nada. Eso murió al tiro.
“La gente tenía mucho temor, porque de acá de la villa deben haber detenido, en sus trabajos, por lo menos a unos veinte vecinos, que eran dirigentes sindicales, de todos los partidos políticos, principalmente socialistas”.
La actividad política se volcó fuera de la villa, por desconfianza. En 1974, Miguel Ángel se dedicó a buscar gente en Maipú, con la que organizarse.
Esto, al alero de la iglesia. En la parroquia de El Vivero, con la compañía teatral dirigida por Víctor Mix, y en el centro ecuménico, “donde hoy día está el Líder, La Polar. Ahí había una sede de adobe, tipo colonial, muy linda, que era una extensión de la parroquia El Carmen”, en la que se impartían talleres.
Ese año fue detenido junto a su mamá. Supone que a raíz de la delación de una vecina derechista, que creía que guardaban armas. Los militares, en numerosos camiones, cercaron la cuadra y allanaron la casa. Los encapucharon, los echaron arriba.
No sabía si lo trasladaban a la FISA o a la medialuna. Lo metieron a una sala, lo ataron de pies y manos a una silla de madera, y lo interrogaron: si conocía al vecino tanto, si en su casa guardaban armas…
Un par de horas más tarde le rajaron el pantalón, y le adhirieron un cable a cada muslo:
—Si no querís hablar a la buena, tenemos otros métodos pa’ que empecemos a conversar…
“Y ahí empezaron a dar vuelta la manivela. Una hora y media, suave. Sentía pinchazos, pero no dolor. Ya después me rompieron los pantalones completos, y un cable me lo pusieron en un testículo, y el otro en la muñeca, y ahí empezó a ser mas fuerte. Tan fuerte que en algún momento me desmayé”.
Medio desmayado llegó hasta lo que reconoció como la medialuna.
Una medialuna cubierta de carpas militares, algunas iluminadas por la luz de una vela. Allí tenían a los prisioneros cuando no estaban en la sala de interrogatorios y torturas, en las dependencias municipales, en ese entonces de Smapa, de Alberto Llona, frente a la plaza.
Entre ambos espacios, los conducían por un corredor interno. Por debajo de la capucha podían verse las baldosas color ladrillo. Los militares tomaron por costumbre ir aventándolos contra cada uno de los pilares de madera.
Al día siguiente le pusieron un cable en cada testículo. Miguel Ángel dice que los golpes de corriente se sienten “como un chancacazo en la nuca, muy fuerte. Al principio lo aguantaba, por un par de horas; después me desvanecía, tendía a desmayarme, y me mojaban”.
—A tu mamá le estamos haciendo lo mismo y cosas peores… —le advertían, preguntándole sobre los dirigentes locales del PC.
De vuelta en la medialuna, “había un compañero que estaba en la carpa abierta, semidesnudo, y me preguntó si tenía cigarros. Y yo lo miré y tenía toda la zona de los testículos ensangrentada, casi en carne viva. Y me acerqué y le tiré unos cigarros, y no sé quién vio y dijo:
—Así que ayudando a ese hueoncito… ¿Lo conocís? Por tu culpa vamos a seguir sacándole la chucha.
“Yo pensé: pucha, la cagué, no debí haberle tirado un cigarro. Y me imaginaba que lo iban a torturar y que iba a ser mi culpa”.
—¿Qué cigarros fumaba usted?
—Liberty.
“Al final, te impulsaban a que te encerraras en ti mismo, a que no conversaras con nadie. Porque no sabías con quién conversabas, si era un sapo o si era un preso; y si conversabas con ese alguien, lo torturaban para saber lo que le habías dicho, o lo que te había dicho”.
“Eso debe haber sido durante tres días, y después me perdí, y empecé a tener como episodios de amnesia. A la semana después ya no tenía noción de dónde estaba”.
Estudiando electricidad, Miguel Ángel se dio cuenta de que el aparato de tortura había sido un megger. Reconoció el sonido de la manivela.
No quiso declarar para el Informe Valech, porque juzgó comparativamente pocos los días que había pasado detenido. Pero leyendo un documento de la Vicaría de la Solidaridad, no hace mucho, cayó en cuenta de que en realidad fueron unos meses.
Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.
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Hay tantas cosas que no se saben y pasaran muchos años mas para saber todo lo terrible que fue la dictadura
Quiero valorar la reutilización que la Alcaldesa le dio a la media luna ya que fue un centro de tortura humana y animal, se esta aprovechando de muy buena manera para la comunidad, pero es necesario la placa recordatoria de lo que sucedió en esa media luna, incluso mas que solo una placa ya que fue un centro de detención y tortura. No hay que olvidar que es parte de nuestra historia y la gente debe enterarse de lo que paso ahí, tomar conciencia para que nunca más se repita, no se trata de ser de izquierda y derecha cuando hay que valorar las buenas iniciativas como estas se valoran pero esa media luna tiene una historia que hay que recordar y conmemorar para que nunca mas se repita y la alcaldesa como autoridad esta en el deber de hacerla saber a la comunidad.
Agradecer para esa mierda que crearon, bajo una historia que da pena y vergüenza recordar! Aquel espacio debería ser un museo que recuerde las atrocidades que se cometieron en aquel lugar, para que nunca se vuelva a repetir! Una placa no sirve, no concientiza, de seguro hay mejores maneras de recordar y educar a las nuevas generaciones, para que sepan lo que paso realmente en la historia, y no reutilizar un espacio para una pista de patinaje! vergonzoso!!!
Tendríamos que poner en varios lugares de maipu el museo que ud. Dice para seguir recordando las atrocidades de esa época. Eso ya hay que enterrarlo dejarlo en la historia. Si para museos y recordatorios tenemos bastante.