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José Olivares: “Listo pa´la pelea…”

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Tiempo de lectura: 4 minutos

espedimos a Mario Ortiz Quiroga en la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Maipú el viernes 4 de febrero y, paradojas de la vida, mientras los sacerdotes oficiaban el responso, recordé que en ese mismo lugar, hace ya más de veinte años, conocí a Mario.

No fue precisamente en una reunión religiosa, sino que en una más mundana.

Pero era el mismo lugar sólo que en los salones del segundo piso. En una reunión citada especialmente por el ese entonces rector del Templo Votivo, el padre Raúl Feres, cuyo motivo era formar el comité pro hospital para Maipú.

Como si fuera hoy, recorro a los asistentes y veo las caras de José Luis Infante, Luis Valentín Ferrada, Rafael Riesco, Filomena Prieto, Margarita ¿Fredes? Doña Graciela Hernández, el Perico (dirigente comunista) Herman Silva, Juan Reyes, Mario Ortiz y de muchas personas de la época, algunos que ya no están y otros que aún exigen su vigencia.

Gente de distintas posiciones políticas, pero que en el ocaso de la dictadura militar, demostraban su alto espíritu cívico, su tolerancia y respeto hacia el prójimo, basado en el gran amor por nuestra comuna.

Mi vista se detiene en cada uno de los oradores, quienes con gran elocuencia y pasión, nos incentivaban a trabajar duro para conseguir nuestro propósito. En esa reunión no habían generales, sólo soldados. Todos dispuestos a cumplir con la noble tarea de satisfacer el tan anhelado deseo de los vecinos de Maipú de contar con un hospital.

Los discursos eran duros contra el gobierno militar y para sorpresa mía el que llevaba la voz cantante era José Luis Infante, quien por su posición política, podía pensarse que defendería al ministro de salud de la época, pero que sin embargo exhibía razones de peso para refutarlo.

En medio de la discusión para ordenar el debate y del desorden que no podía controlar el padre Raúl, se escuchó la voz serena de Mario pidiendo la atención de los asistentes. No fue una gran voz, No fue un grito. Era sólo una voz serena que llamaba a la calma. Recuerdo que en mi vehemencia por hacerme notar me sorprendió ese llamado de atención, como a todos seguramente ya que lentamente la sala se fue llenando de murmullos, hasta que se silenció.

Mario nos pidió mayor serenidad en el debate. Calladamente todos acatamos su pedido y al final colectivamente concordamos una estrategia.

Formamos equipos de trabajo sin preguntar a qué partido político pertenecíamos. Nacionales, liberales, democratacristianos, socialistas, pepedes, radicales, gremialistas, comunistas, independientes, todos unidos por el bien de nuestro querido Maipú.

Nos retiramos tarde y recuerdo haberle preguntado a José Luis Infante con quién me correspondía hacer equipo, por algunos de los asistentes a los que yo no conocía. Se refirió a todos con buenas palabras, destacando sus méritos y ocultando sus defectos. De Mario me dijo que había sido el último alcalde democrático de la comuna y que siempre era así de reflexivo y calmado para hacer las cosas y que por ello tenía ascendiente sobre los demás.

A los pocos años vinieron las primeras elecciones municipales democráticas y con Mario resultamos electos concejales. Nos correspondía, junto a Herman Silva, Hilda Porras, Roberto Sepúlveda, Humberto Salas, Luis Valentín Ferrada y Héctor Canales, instalar la nueva administración municipal.

En el concejo municipal Mario mantuvo su serenidad y paciencia y aún estando en desacuerdo en algunas materias, siempre acató la mayoría y respetó la opinión de todos.

Y en el punto Varios, al que él llamaba hora de incidentes, ha llegado carta o muro de lamentos, mostraba sus mejores armas al defender todos los problemas que los numerosos vecinos que asistían a su oficina le presentaban y que le solicitaban diera a conocer en el concejo para buscar soluciones.

Lo fui a dejar muchas veces a su casa de Avenida Los Pajaritos, tarde después de extensas y latas reuniones y esos son los momentos que más atesoro de su compañía. Eran conversaciones informales pero yo notaba que Mario podía introducir, sutilmente, temas importantes donde demostraba su gran conocimiento de la comuna y su afecto por ella. De vuelta a mi hogar seguía pensando en ellos y cuando lo volvía a ver, se los comentaba y le entregaba mi opinión. El, callado, solo sonreía con afecto y pasaba a otros temas.

Trabajamos juntos en numerosas elecciones parlamentarias y presidenciales y siempre me llamó la atención su entrega y buena disposición para lograr acuerdos que beneficiaran a la comuna.

Después de dejar el concejo municipal el año 2000, del que yo me retiré forzadamente ya que no resulté electo, lo fui a saludar y Mercedes, su mujer, me dijo que al fin podría descansar y dedicarle más tiempo a la familia. Que irían a Viña del Mar a pasar un tiempo, pero Mario me dijo que ahora podía dedicarse a su otra gran pasión, el escribir. De su boca fina de poeta escuché sus nuevos sueños y no me sorprendió este viejo-joven, que una vez más usaba su conocido eslogan” listo pa’la pelea” para emprender nuevos desafíos.

Lo vi esporádicamente desde entonces. En algunos días de invierno lo encontraba paseando con su querida Mercedes por la calle Valparaíso de Viña del Mar y siempre se alegraba mucho de verme y me abrazaba afectuosamente, comentando con alegría sus nuevos proyectos y recordando con amable nostalgia las jornadas pasadas. Cuando nos despedíamos, me avergonzaba de no visitarlo más seguido, pero pronto el egoísmo de la vida cotidiana me hacía olvidar mi promesa de visitarlo.

Ya tarde, con su salud deteriorada, asistió a un pequeño homenaje que le brindó, lamentablemente, un escaso grupo de militantes democratacristianos y sentí el privilegio de su afecto. Lo miré con cariño y me despedí mentalmente de él, sabiendo que su fin se aproximaba. Su nuera Patricia me contó después que llegó muy contento a su casa y que excitado pidió a su familia brindar por la ocasión. Fue, tal vez, su postrer festejo por su querido partido y por los jóvenes que ese día lo alentaron.

Hoy reviso los libros que generosamente me obsequió y a través de su lectura descubro nuevamente a mi querido y recordado Mario, con su sonrisa amable, su rostro pícaro y su palabra elegante y prometo ser más generoso con nuestros antiguos dirigentes maipucinos que tanto le dieron a nuestra comuna y que tan pronto son olvidados. Pero sé que estoy mintiendo. No lo haré y encontraré cualquier excusa para no visitarlos.

El jueves,día del velatyori en la capilla Jesús de Nazareth, Mercedes me contó que cuando Mario sintió que llegaba su fin, le tomó la mano y le dijo que el padre Hurtado lo estaba llamando, que pronto estaría a su lado.

Deseo fervientemente que Mario encuentre su premio en la otra vida en la que él creía con toda su fe y en la cual yo no. Pero sinceramente espero estar equivocado y que él tenga razón para que pueda gozar de ese justo premio a su bondad y a su paso por esta vida a la que tanto entregó.

Descansa en paz querido amigo y no te olvides decirle al padre Hurtado que en Maipú estaremos siempre “listos pa’la pelea”.

José Olivares

Maipú, Febrero del 2010

Ver comentarios

  • Listo pa la pelea, era la frase que siempre compartimos con mi amigo, maestro y camarada Mario Ortiz Quiroga, sin dejar de lado el de Juventud Chilena Adelante.
    Los que en vida le respetamos por su consecuencia, trabajaremos para que esto que a el le llenaba su alma no se pierda. Camarada Ortiz, presente Ahora y siempre.
    Como DC, destaco el recordatorio gesto y reconocimiento, que hace mi amigo de años Jose Olivarez.

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