HAY QUE DEJAR LA VANIDAD A LOS QUE NO TIENEN OTRA COSA QUE EXHIBIR (Honoré De Balzac).
La vida del hombre de trabajo en Chile gira en torno a la palabra sobrevivencia, y en esa extenuante actividad nos esforzamos por mantener y proteger nuestras familias. Sin embargo, nuestra existencia tal parece que no cuenta más que para “los votos”. El terremoto del 2010 nos mostró la débil figura que somos, y la mínima importancia que tenemos como Pueblo para las autoridades que elegimos como nuestros gobernantes.
Hemos visto la remodelación de la Plaza de Armas de Santiago cuando se iniciaban los gobiernos de la Concertación, la Plaza de La Constitución, y también la que hoy es la Plaza de la Ciudadanía. Vemos la construcción babilónica de edificios, que ensalzan la vanidad de sus dueños y gobiernos de turno como el Bicentenario. Se elevan monumentos multimillonarios, a costa de la miseria de quienes han perdido todo.
El despilfarro en construcciones, que en nada ayudan a mejorar la necesidad de viviendas, de salud o educación, es una burla al clamor de los más desamparados, especialmente cuando se trata de compatriotas que no tan sólo han perdido sus viviendas y sus bienes, sino han sufrido la pérdida irreparable de vidas, como en las dramáticas circunstancias del tsunami del 27F.
Recordar las imágenes de ineptitud del gobierno de Michelle Bachelet, donde hasta risas hubieron, no por sadismo sino por la inconsciencia de la gravedad, la poca visión de riesgo, la nula iniciativa, y falta de carácter para tomar decisiones e imponerlas cuando su sentido más común le decía de que las cosas no estaban bien. Sobre este sufrimiento, extendido y agravado por los inviernos fríos y lluviosos; la indolencia de quienes hacen de aquel día un momento para recordar, donde las sonrisas, los aplausos y la cinta, azotan la incomprendida pérdida de quienes aún no se reponen del luto.
Es en estos actos donde la vanidad corona las cabezas de los soberbios.
Es insolente el despilfarro en continuas remodelaciones de plazas, es indolente la construcción de viviendas indignas ya sea por la calidad de la construcción o por sus mínimos espacios. Es robo construir viviendas donde después sus dueños deben abandonarlas, es burla invertir en la restauración de viviendas para luego demolerlas.
No basta con dejar a los más pobres en lugares alejados, sin estructura comunitaria, sin transporte, sin calles pavimentadas. La violencia que ejercen los gobiernos con sus derroches son inadmisibles, la gente ve, la población sufre, el Pueblo reclama la injusticia y no es escuchado una vez más. Y así vamos de gobierno en gobierno, estrechando sus manos, viendo sus palmoteos, sus cínicas sonrisas, sus miradas indiferentes, sus palabras vacías, sus actitudes indolentes, alabándose los unos a los otros, y dejando sin escuchar esa frase: “los pobres no pueden esperar”.
* Dueña de casa. Vive en Ciudad Satélite.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de cada autor/a y no representan necesariamente la línea editorial de laBatalla.
Dueña de casa. Vive en Ciudad Satélite.
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