Hace algunas horas tuve ocasión de ver la película El tío, polémico film sobre la vida y obra de Jaime Guzmán. Mas bien, sobre la obsesión de su sobrino, Andrés Santa Cruz, por llevarlo a las tablas. La película tiene escenas de torturas y abundantes alusiones gays. Con respecto a Guzmán, los personajes hablan directamente sobre su homosexualidad. La fundación Jaime Guzmán calificó la película como infame.
Lo cierto es que en el mundo del arte es legitimo conceder a cada cual el derecho de catalogar una obra con el calificativo que estime conveniente. El problema no es la opinión de la Fundación Jaime Guzmán, el problema es el deseo de la fundación de que la película jamás se hubiera hecho. Lo realmente grave sería las intención de haber censurado el film. Temo que no pocas personas serían partidarias de la medida recién mencionada. Así, por lo menos, lo hicieron durante prácticamente toda la dictadura y buena parte de la transición. Recordemos que recién en el año 2002 el gobierno promulgó la ley que puso fin a la censura cinematográfica.
La fundación Jaime Guzmán, con su accionar, ha dado claras señales de una posición retrógrada, extemporánea. Se trata, en el fondo, se una reacción al disenso. Esto es no entender la esencia de la democracia. En un régimen democrático el Estado debe dar pie a todas las expresiones. En una sociedad liberal se puede hablar de Jesús, Salvador Allende y Jaime Guzmán como se prefiera. La razón por la cual el Estado no puede ni debe resguardar la imagen de ninguna figura puntual es porque, de hacerlo, tendría que resguardar la figura de todos. En consecuencia, no se podría hablar de nadie.
Para el Estado, todo el mundo puede creer lo que quiera de todo el mundo, para bien o para mal. Este es secreto de la diversidad. Por ejemplo, usted tiene el derecho a creer en la infabilidad papal en materia de fe (dogma católico), pero a su vez, otra persona tiene el derecho a tener una pésima opinión del Papa. Es precisamente en el mundo del arte donde ambas posturas tienen cabida. El Estado entonces, solo tiene un deber, resguardar que todas las expresiones se manifiesten, sin que ninguna le ponga el pie encima a la otra.
La Fundación Jaime Guzmán, debe creer que existen figuras seudo divinas, cuyo resguardo de su dignidad debe ser un imperativo para el bien común. Esta idea es falaz. Descansa sobre el principio de un derecho natural, inalienable, sobre todo, cuando emana de dogmas divinos, como por ejemplo, la anatemización de la homosexualidad.
Las cosas por su nombre. La crítica a la pelicula, según la fundación, nace en virtud de una “tergiversación” maliciosa de Guzmán, esta es, insinuar su homosexualidad. ¿Desde cuándo la sociedad ha consensuado que la homosexualidad es maliciosa? Peor aun. ¿Qué sería de la cultura en Chile si es que la película no se hubiera exhibido? Más allá del criterio que cada espectador se forme respecto a la calidad del film, lo importante es que alguien se atreva a hacerlo. Una vez más el cine, como antes la literatura, ha transgredido intereses, poniendo a discutir a la sociedad. Nos ha sensibilizado. Esta es la finalidad última del arte.
En síntesis, se puede hacer cine de Guzmán y Allende. Se puede decir que ambos fueron gays, fueron pareja y convivieron. Nadie podría quitarle ese derecho al arte. Es el derecho a inventar a través de la ficción, para la cual no existe el tabú. Creer lo contrario es caer en una ceguera propia de los peores totalitarismos. En eso nada se diferencia la inquisición, el régimen estalinista o los fundamentalismos religiosos, tal como el mismo Guzmán hubiera querido aplicar.
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