Considero que la fe es algo, muy íntimo, muy personal, muy ligado a la relación entre nuestra conciencia, nuestra alma y nuestra idea de un Creador o una creación y descansa en el interior de nuestro ser sublime. Nadie es poseedor de una verdad absoluta, porque lats teorías que hoy pueden ser consideradas válidas, mañana a la luz de nuevos conocimientos, pueden ser desechadas, como fue el caso de la teoría geocentrista de Claudio Tolomeo (todo el Universo gira en torno a la Tierra), que hoy día es considerada errada y fue cambiada por la teoría de Gravitación Universal de Nicolás Copérnico (la Tierra gira en conjunto con el Universo).
Porque a decir de Bertrand Russell, “Lo que necesitamos, no es el deseo de creer como el deseo de descubrir”. Dios no necesita ser impuesto a la fuerza ni mediante un decreto. Es muy personal y cada creencia me merece el máximo de respeto en la misma medida que signifique el respeto a las demás. Sin embargo, en afán de poder, gloria y vanidad, algunos seres de nuestra especie humana, han usado brutal y egoístamente la fe de las personas, para fundamentar crímenes contra nuestra misma humanidad.
En esta oportunidad, quisiera referirme a algunos casos puntuales de algunos Sumos Pontífices de la Iglesia Católica, sin descalificar ni la fe ni la creencia de quienes practican este culto y que me merece mucho respeto y consideración.
Primeramente el Papa Urbano III (1042 -1099) quien convoca al Concilio de Clermont en 1095, para asegurar que Dios, le había hablado, “DEUS WLT, “o sea “Dios lo quiere “, le había ordenado iniciar una expansión hacia Oriente para recuperar el Santo Sepulcro, esto se conoce en la Historia Universal como “Primera Cruzada”, que duró desde el 1096 hasta el 1099 y que sería un total de ocho cruzadas, desde los años 1096 y hasta el 1270.
Un total de 174 años de guerra, sangre, dolor, muerte, violaciones, destrucción, esclavitud, brutalidad, atropello a todos y cada uno de los derechos humanos. 174 en que fueron los hijos de los pueblos de Europa quienes formaron las tropas muy mal equipadas, mal alimentadas y muy exigidas por reyes y señores feudales ávidos de ganancias, esclavos y lujuriosos de jóvenes musulmanas de los pueblos de Oriente que fueron saqueados y arrasados. ¿Verdaderamente alguien en su muy sano juicio, puede creer que Dios quería estos horrores para la humanidad?
El año 1455, el Sumo Pontífice Nicolás V (1397- 1455) promulgó dos BULAS PAPALES (Autorizaciones que permiten expresamente realizar algo determinado), “Dun Diversas” y “Romanus Pontifex”, que permitían libremente la caza, sometimiento, violación de mujeres y esclavización de los pueblos no–católicos. Por consiguiente todos los pueblos de nuestra América, así como también el despojo de sus bienes y por supuesto sus tierras. Y todo en nombre de Dios, El Creador.
En el año 1598, el rey de Francia Enrique IV (1553 – asesinado en 1610), para poder terminar con 30 años de guerras religiosas, persecuciones y muertes, como la monstruosa masacre de protestantes o hugonotes, conocida como la “Matanza de San Bartolomé” (24 de agosto de 1576) realizada por milicias católicas, emite una orden, “El Edicto de Nantes”, un decreto real que asegura un mayor grado de tolerancia religiosa.
El Papa de ese entonces repudió este hecho y lo condenó gritando violentamente “¡Esto me crucifica!”. O sea la tolerancia religiosa aunque en un grado muy pequeño era motivo de enojo de parte del Vicario de Cristo. El año 1610, Enrique IV fue asesinado por un fanático católico el que lo apuñaleó. “Donde hay poca justicia, es muy peligroso tener la razón” –Quevedo.
El año 1673, el Edicto de Nantes fue derogado por el rey Luis XIV, un psicópata monarca absolutista que se hacía llamar “El Rey Sol”, con el edicto de Fontaineblaum. La tolerancia religiosa es algo que a muchos que se dicen líderes religiosos les molesta sobremanera.
Sin embargo quiero destacar mi reconocimiento a algunos textos de algunos Sumos pontífices que son dignos de ser considerados, me refiero primeramente a la Encíclica Social “Rerum Novarum”, o sea “De las cosas nuevas”, emitida por el Papa Leon XIII el año 1891, y que es famosa por haber sido en su momento una denuncia de las terribles condiciones que vivía la Clase Trabajadora Mundial a manos de los capitalistas, una frase muy clara de este texto es “El capitalismo ha impuesto entre los trabajadores un cruel yugo, que no se diferencia en mucho de los crueles que impuso la esclavitud”.
Al leer detenidamente la Encíclica “Centésimus Annus”, o sea, “El Centenario”, del Papa Juan Pablo II, publicada el año 1991, en su capítulo II, “Hacia las cosas nuevas de hoy”, percibimos ligeramente una crítica a las condiciones de abusos que las realidades laborales del mundo capitalista desarrollan hacia sus trabajadores y trabajadoras.
Y por último, destaco la Carta que el Papa Francisco hace a la humanidad entera conocida como “La Alegría del Evangelio”, el 24 de noviembre de 2013, donde golpea fuertemente las conciencias de los poderosos capitalistas con frases como “Hasta que no se revierta la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad, y entre los distintos pueblos, será imposible erradicar la violencia”, o “Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres, y los derechos humanos, no pueden ser sofocados con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz de una minoría feliz. La dignidad de la persona humana, y el bien común, están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética. El mal consentido que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca”.
Un gran paso en despertar conciencia hacia la humanidad.
Cuando la fe es un factor detonante del bien mediante el amor manifestado en múltiples formas, una de ellas es el respeto a los demás, los resultados son siempre positivos y solidarios. A diferencia de cuando son motivos de racismo, segregación y cualquier acto de poder y dominio sobre los demás, el resultado será siempre dolor y sufrimiento.
Quiero hacer pública mi admiración a la Madre sor Teresa de Calcuta, fundadora de la Orden Misioneras de la Caridad, una mujer, una monja, un ser humano que dedicó su vida la protección de enfermos y desvalidos.
Al gran hombre, el padre Alberto Hurtado, una Fe hecha persona, un compatriota de dimensiones espirituales gigantescas.
Tuve la oportunidad de conocer en persona al sacerdote francés Pierre Dubois, ya fallecido, el valiente cura de la Población La Victoria, un hombre capaz de ponerse frente a la policía represiva chilena en tiempos de la criminal dictadura, para defender con su propia vida e integridad física a los pobladores de la zona Sur de Santiago y al gran Padre Mariano Puga, ese cura chileno valiente, afectuoso defensor de los pobladores de La Legua y de Chile entero. Si tengo algo que decir de estos hombres de verdadera fe; “Verdaderos representantes de Cristo en la tierra”.
Muchas Gracias.
Profesor de Mecánica Automotriz en Enseñanza Media Técnico-Profesional. Vive en Ciudad Satélite, comuna de Maipú.
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