Emparejar casi toda la cancha es dejarla dispareja

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Hay algo de fondo en la columna de Cristóbal Villalobos (http://www.redseca.cl/?p=4983) que me inquieta y que pensé, sería bueno poner por escrito. Presiento que su columna más que contribuir a aclarar la situación actual sobre la educación contribuye a oscurecerla y acá explicaré por qué.

Resumamos aproximadamente lo que ahí se plantea: la oposición a las reformas que el gobierno está impulsando se deben, de acuerdo al autor, no sólo a las maniobras de la derecha, sino a un trasfondo cultural de la sociedad chilena. En nuestra sociedad hemos crecido con treinta y tantos años de neolibralismo y eso ha dejado una huella en la cultura individualista con la que nos movemos. La oposición a la reforma vendría dada por una resistencia cultural; digamos, los padres de colegios particulares subvencionados están tan acostumbrados a funcionar con una lógica individualista que resienten una política que por el contrario fomenta una visión más solidaria de la sociedad. El autor no lo señala, pero uno podría suponer razonablemente que las acciones de protesta y de sabotaje del ranking de notas que realizan hoy por hoy los estudiantes de liceos emblemáticos de la capital también vendrían a ser una expresión de esa cultura egoísta en la que hemos vivido.

1. El autor da por hecho, sin discutirlo ni argumentar a favor, que la reforma que impulsa el gobierno tiene una radicalidad cultural, por cuanto reestructura el sistema educacional en base a valores solidarios e igualitarios. Esto me parece dudoso por decir lo menos, dada la parcialidad de la reforma en curso, que no toca los colegios particulares pagados, los cuales seguirán lucrando, seleccionando y teniendo un cobro (abultadísimo por lo demás) asociado. Ignoro por qué ese carácter parcial de la reforma no le hace ruido al autor, pero desde mi punto de vista invalidaría lo anterior. Es decir, ¿qué sentido tiene “igualar la cancha” entre (simplificando, y utilizando la geografía capitalina como metáfora) La Florida y La Pintana si no se hace lo propio con Las Condes? Cabe recordar acá que uno de los argumentos “antisegregacionistas” más fuertes dado por el principal ideólogo detrás de la reforma actual (Fernando Atria) era que un sistema educativo integrado permitiría que la mayor influencia y poder de los sectores más ricos terminaría por beneficiar a los más pobres también, dado que ese poder e influencia se canalizarían hacia el mejoramiento de este sistema educacional integrado, favoreciendo a toda la sociedad. Ignoro cómo sacando a los colegios particulares pagados de la fórmula, ésta podría seguir funcionando.

2. Hagamos una analogía ahora, imperfecta como todas las analogías. La reforma en curso es como si de alguna forma se forzara a los sectores medios y bajos (y sólo a ellos) a cambiarse del auto a la locomoción colectiva, argumentando que el uso de automóvil es “individualista” (por cuanto en él sólo puede viajar la persona y su grupo familiar) y “segregador” (por cuanto muchos no tienen acceso a él). Si enfrentáramos una oposición a esta política, ¿sería justo decir que la oposición viene dada por una resistencia cultural?, ¿no tendríamos más bien que reconocer que si el uso de automóvil es de alguna forma injusto en los sectores medios tendría que serlo también en los sectores altos? Es que lo que parece haber de fondo en la reforma en curso es una búsqueda de lavar culpas de la desigualdad haciendo algo que parezca que termina con la segregación, sin tocar la desigualdad y la segregación más evidente en la sociedad chilena, la que se separa a un reducido grupo de la población que normalmente llamamos elite, del resto. Se coartan así ciertos mecanismos (precarios y muchas veces ilusorios probablemente) en los cuales sectores sociales medios y bajos ponen sus esperanzas de ascenso social, como son el acceso a colegios particulares subvencionados y a colegios municipales que seleccionan su alumnado (los llamados “emblemáticos”). Que todo esto se haga en nombre de valores como la igualdad y la solidaridad resulta a lo menos sorprendente.

3. Recojamos otra analogía muy usada a estos efectos, la de “emparejar la cancha”. Evidentemente todos quisiéramos jugar en una cancha pareja, y probablemente una de las canchas más disparejas en Chile sea la de la educación. Ahora bien, una cancha que tenga nueve décimos de su extensión emparejados, mientras tiene al otro décimo, cincuenta centímetros más arriba, ¿nos parecería pareja? A quién hiciera un arreglo de ese tipo, ¿no le diríamos que en realidad no ha emparejado la cancha? Si queremos forzar más la analogía podríamos agregar que ese décimo más alto es precisamente donde está el arco del equipo que ha venido ganando, aprovechando precisamente lo disparejo de la cancha. Le diríamos a quien quiere arreglar la cancha de este modo, que era precisamente esa fracción de la cancha la que había que emparejar.

4. Retomemos el planteamiento inicial, por qué creo que la columna en cuestión oscurece más que aclara el debate. En primer término por lo ya dicho, porque da por hecho un cambio valórico a partir de la reforma que desde mi punto de vista considerando el carácter parcial de ésta, no es tal (el autor tendrá sus argumentos de por qué este carácter parcial no es relevante en términos de los fines de la reforma, el hecho es que no los plantea). Pero hay además un problema de fondo con el uso del análisis sociológico y cómo éste viene a reemplazar el análisis político. No pretendo transformar esto en un debate sobre epistemología ni sobre los fines en general de las ciencias sociales, sin embargo llama la atención cómo el análisis de un determinado actor termina por negarlo en cuanto participante del debate político. Es decir, cuando lo que se analiza no es la pertinencia o validez de lo planteado sino lo que hay detrás de ese planteamiento se corre el riesgo de que construir una visión en la cual el actor en cuestión ya no tiene argumentos, sino solamente habitus. Se me dirá que ése es uno de los fines de las ciencias sociales, descubrir lo que hay detrás, pero la pregunta que viene después es por qué ese actor y no otro es el que es susceptible de ese análisis, por qué unos –los que impulsan la reforma actual- son considerados promotores desinteresados de ciertos valores mientras que otros son simples reproductores de ideología. ¿La decisión del gobierno, por ejemplo, de no incluir en esta pasada (y especulemos un poco, probablemente nunca) a los colegios particulares pagados también es habitus?

[Imagen: (CC) Francisco Osorio].

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