EL VOTANTE TELEVISIVO

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“Finalmente el voto es un acto de legitimidad, representación y esperanza. En consecuencia, el voto debiera ser auscultado de forma inquisitiva”.

Las últimas elecciones acaecidas el domingo 17 de noviembre aún son interpretadas por una enorme cantidad de factotums políticos. Ya sabemos quiénes son ganadores y perdedores. Sin embargo, más allá del último comicio, de un tiempo a esta parte llama la atención la importante cantidad de candidatos que han ganado cargos públicos teniendo como único resorte su calidad de rostros conocidos. Ejemplos como la Core electa por Maipú Catherine Barriga, el ex alcalde de La Florida Jorge Gajardo y el concejal de Estación Central Patricio Laguna, son paradigmáticos.

No se trata de desconocer el valor político de las llamadas “figuras mediáticas”, nada nos permite asegurar su incapacidad para desarrollar las tareas públicas que les han sido encomendadas. Pero resulta legítimo preguntarse: ¿Cuáles han sido los discursos explícitos de estos candidatos? ¿El electorado sabe efectivamente lo que piensan? ¿En qué partidos políticos militan? Tal parece que basta con ser una figura farandulera, ganarse el reconocimiento masivo y ocultar la militancia del partido político para canjear un escaño en el Parlamento o en algún Consejo Regional.

De ser así, la situación sería de sumo preocupante.

No olvidemos que la política entraña la discusión sobre el tipo de sociedad que se quiere construir, se presta de cuantiosos recursos y, por sobre todas las cosas, juega con la fe publica. Finalmente el voto es un acto de legitimidad, representación y esperanza. En consecuencia, el voto debiera ser auscultado de forma inquisitiva.

La obligación del electorado es votar informado, pero la obligación de los candidatos es entregar información. Únicamente en esta simbiosis descansa la quintaesencia de la democracia representativa. De no cumplirse esta premisa, solo se agudizarán los problemas de representatividad, porque se genera una inconexión entre el anhelo del votante y las directrices de su representante.

Otro peligro no menor, es la popularidad de caudillos, en esencia políticos, pero enteramente mediáticos. Quienes nos identificamos con el republicanismo sabemos las lamentables consecuencias del caudillismo populista. Al final del día, los países son suficientemente complejos como para ser gobernados sin la disciplina de los partidos y las espaldas que entregan coaliciones de mayorías. A la luz de algunos casos como los de Parisi y Farkas (casi olvidado), se observa una población incrédula de los partidos, más pendiente del mesías inorgánico y televisivo de turno.

No olvidemos que a partir de la crisis de representación  los caminos pueden ser en el mejor de los casos, caóticos. Desde el populismo irresponsable hasta la perdida de toda cordura. Wiston Churchill decía que la guerra era demasiado importante para dejársela a los militares. También se podría decir que la política es demasiado importante para dejársela a los héroes de televisión.

* Profesor. Vive en Maipú.

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