Junto a José Agustín Quezada recorrimos las calles en búsqueda de sus pinturas.
Nos reunimos con una fotógrafa y miembros del colectivo “Colegato” para conocer los murales del pintor maipucino José Agustín Quezada (60).
Tras haber caminado una cuadra, le pregunté a Agustín dónde estaba el primer mural:
—Ya lo pasamos —respondió.
“Tienen ojos y no ven”, agregó en tono bíblico.
Se llama José Agustín, ya dije, pero es más conocido como Agustín. O “tatita” Agustín o “pelao” Agustín, nos contó.
Yo le había hecho algunas preguntas y él me había respondido en tono más o menos humorístico.
Según dijo, se había casado tres veces, dos de ellas con extranjeras afincadas en Chile, y tiene cuatro hijos. Cuando le pregunté por su primera esposa se apuró en decir: “La primera y la última… O sea, nunca salió de acá”, indicando su corazón.
Ahora vive solo, en calle Rengo, de la bucólica villa Louisiana un domingo a las tres de la tarde.
— ¿Quién no conoce al Agustín? —peguntó Ingrid, de “Colegato” —… Jaranero, bueno pa’l carrete.
— ¿Se me nota? —retrucó él.
La verdad es que sí. Había asistido a un cumpleaños la noche anterior, a una fiesta de disfraces.
Agustín es un pintor. Hay algo en su andar, en su manera de ser que remite indefectiblemente a tal actividad. Aunque no sabría decir bien qué.
Cierta soltura; una manera juvenil, medio hippie de hablar.
A medida que fue avanzando la jornada, eso sí, Agustín se fue poniendo más serio, si se quiere, más auténtico.
Más introvertido y maduro. Recorrimos las calles en búsqueda de sus pinturas.
Para mí fue una experiencia en todo similar a la que tuve una vez cuando niño, cuando mi mamá me decía:
—Mira bien.
“Tienes ojos y no ves”, parece que dijo también, imagino que a tono con “Jesús de Nazareth” (la película), en domingo de resurrección.
Yo miraba, miraba y miraba, y no encontraba el huevito de chocolate. Lo que me remite a otra historia. Una vez, iba cruzando la calle junto a mi compañera. Ella cruzaba como si nada hasta que yo la atraje de un tirón: venía un auto.
Ahora, el auto no parecía auto, pues era mucho más chico, mucho más angosto. Como un mini-auto.
De pura chiripa, lo vi. Asimismo debo haber visto aquel huevito de chocolate ese domingo de resurrección de sol esplendente: enorme y brillante, al fondo del patio (y no es que el patio fuera muy grande).
Así uno va descubriendo las pinturas de Agustín. Él utiliza los muros como lienzos. En cada muro, lo que él llama “un tema”.
Un paisaje campestre, en Maipú llegando a Curiñanca; en Libertad, una vista de Osorno. Y en otra calle el homenaje que hizo a la villa Louisiana, con un indígena dando caza a un bisonte, como sucedió en algún tiempo en el territorio de dicho estado norteamericano.
También visitamos su taller. Allí tiene varios cuadros arrumbados. De temáticas distintas a las de sus temas callejeros: no le gusta tanto el realismo, dice, pero es lo que la gente le pide. Prefiere la pintura abstracta y “jugar con el color”.
Un vecino le pidió que pintara el muro blanco de su casa, para que no se lo rayaran. Así fue. El vecino falleció y el mural permanece. También pintó las jardineras, una maceta y un muro interior en dicha casa.
Un matrimonio le solicitó reproducir un pequeño cuadro de Cartagena en el frontis de su casa, porque tienen una casa en dicho balneario.
Y otro vecino y amigo, no ya de villa Louisiana sino que de villa Municipal, tiene sendas pinturas de Agustín en las paredes de su casa. Pinturas para las que modeló un relieve a modo de bastidor y que pasan por encima de los interruptores.
El último mural que hizo Agustín tiene 41 metros y está en una calle paralela a Rinconada. Se cayó en parte para el terremoto del 27 de febrero de 2010, pero ya está nuevamente entero.
Son muchos, muchos los murales que Agustín siembra para su comunidad. “Ciertamente Tengo mi población bien adornadita”, dice.
Él nació en Lautaro, llegó a los cinco años a Maipú, ha vivido en la villa Louisiana desde el establecimiento de esta (hace unos cuarenta y cinco años). Fue militar por pocos años. Se casó tres veces, como ya dije.
Ahora habita una pequeña pieza en calle Rengo 2234, al comienzo de Libertad (“Adonde se inicia la libertad”, dice).
— ¿Qué hace cuando llega a su casa? —le pregunté:
—Depende de con quién me encuentre en el camino —respondió.
En realidad, José Agustín Quezada habita en toda la villa, y más allá.
Usted puede constatarlo dando vueltas por ella o visitando Google Maps.
José Quezada
Pintor
Rengo 2295, villa louisiana, Maipú
84564532
Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.
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