Algunos piensan que quienes forzaron el debate en la última junta nacional de la Democracia Cristiana, lo hicieron sólo para advertir al Gobierno que el partido sabía poner los puntos sobre las íes. Los que sin embargo siguieron con atención la controversia, entendieron con claridad y lucidez que a la Nueva Mayoría se le había notificado su fecha de caducidad y que este plazo se cumplía en las elecciones municipales del 30 de octubre de 2016. No otro fue el sentido de la exhortación hecha al cónclave para que, en cuanto fuera aprobada la reforma al binominal, la DC postulara candidatos en todas las comunas, distritos y circunscripciones del país.
Pero la arenga habría de generar como respuesta un hecho inesperado y, hasta ahora, acaso el más significativo de la política de alianzas que dio origen a la Nueva Mayoría. Y es que, no bien la especulación se hizo pública, un gran elenco de voces —desde la Presidenta, que ya había reclamado para sí el estatus de cabeza de una coalición y no la signataria de un contrato con condición resolutoria; hasta Camilo Escalona, el socialista más crítico— salió a defender al conglomerado como un pacto de largo aliento. Dos argumentos afloraron entonces para legitimar su continuidad. Primero, que por la profundidad y gradualidad de las actuales reformas, se precisaba una coalición con vocación de futuro y, segundo, que el éxito de las reformas dependía de una amplia convergencia política y social.
La complicidad Moro/Berlinguer
Continuidad y gobernabilidad, las dos razones que hace cuarenta años llevaron a esos dos hombres honestos de la política italiana que fueron el democratacristiano Aldo Moro y el comunista Enrico Berlinguer, a idear la vía democrática del compromiso histórico. ¿En qué consistía éste? La Enciclopedia Treccani define el compromiso histórico como «la estrategia política desarrollada y sostenida entre 1973 y 1979 por el Partido Comunista Italiano, tras la reflexión emprendida por su Secretario General, Enrico Berlinguer, sobre la “experiencia chilena de la Unidad Popular de Salvador Allende”. Esta estrategia se fundaba en la necesidad de la colaboración y del acuerdo entre las fuerzas populares de inspiración comunista y socialista, con aquellas de inspiración católica-democrática, a fin de dar vida a una alianza política capaz de realizar un programa de profundo saneamiento y renovación de la sociedad y del Estado italianos, sobre la base de un consenso de masas suficientemente amplio como para poder resistir los embates de las fuerzas más conservadoras. Halló parcial aplicación antes de que el PCI se abstuviera de participar en el gobierno de Andreotti, entre 1976 y 1977, y luego, en la experiencia de los gobiernos de solidaridad nacional (1978-1979), pero el asesinato de Aldo Moro, principal interlocutor del proyecto de Berlinguer, el 9 de mayo 1978, contribuyó fuertemente a su fracaso».
En 1947, Palmiro Togliatti, jefe de los comunistas italianos hasta 1964, ya había formulado un camino de colaboración entre las fuerzas que lucharon contra el fascismo. Y, en los años sesenta, ya se había ensayado en Alemania un gobierno de unidad integrado por democratacristianos, CDU, y marxistas, SPD. Pero vino a ser el Golpe de Estado de 1973 el acontecimiento crucial que habrá de precipitar la emergencia de dicha estrategia.
No es suficiente ser mayoría
La derrota del Chile popular había demostrado que no bastaba que la centro-izquierda conquistara una mayoría electoral; se necesitaba de algo más sólido y macizo, eso que Radomiro Tomic llamó la unidad política y social del pueblo para asegurar la gobernabilidad política, para frenar las reacciones conservadoras y para alejar las amenazas involutivas.
En el segundo de tres artículos publicados por la revista Rinascita durante las semanas posteriores al derrocamiento de Allende, Berlinguer escribirá: «Nuestra tarea esencial —y es una tarea que puede ser lograda— es, por lo tanto, aquella de extender el tejido unitario, de convocar en torno a un programa de lucha para el saneamiento y la renovación democrática de la sociedad completa y del Estado, a la gran mayoría del pueblo, y de hacer corresponder este programa y esta mayoría con una alianza y unas fuerzas políticas capaces de realizarlo. Sólo esta línea, y ninguna otra, puede aislar y vencer a los grupos conservadores y reaccionarios, puede dar a la democracia solidez y fuerza invencible, y puede hacer avanzar las transformaciones de la sociedad. Al mismo tiempo, sólo recorriendo esta vía se pueden crear desde ahora las condiciones para construir una sociedad y un Estado socialistas que garanticen el pleno ejercicio y el desarrollo de todas las libertades».
Y esto, más que una alternativa de izquierda, constituía una alternativa democrática que se proponía aglutinar a todos los movimientos, organizaciones y partidos políticos progresistas. Contra ella no dejaron de conspirar los monstruos de la Guerra Fría que entonces acabaron con la vida de Aldo Moro, atentaron contra la de Bernardo Leighton, y eliminaron a la dirección política del Partido Comunista chileno. Los mismos fantasmas que retornan una y otra vez para frustrar las esperanzas de justicia y de libertad.
[Imagen: Enrico Berlinguer y Aldo Moro].
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, U. Complutense de Madrid. Ha sido director de la División de Relaciones Políticas e Institucionales del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y asesor legislativo del Senado de la República. Académico de la USACH. Miembro de la Comisión VI Congreso del Partido Demócrata Cristiano y autor del libro “La Democracia Cristiana y el crepúsculo del Chile popular”.
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