Seis de cada diez chilenos, unos diez millones de hombres y mujeres con derecho a voto, poseen memoria del período de la dictadura. Son los que han cruzado la barrera de los 30 y que, en 1990, tenían más de 5 años de edad. De estos seis, cuatro ya habían nacido para el Golpe de Estado, por lo que hoy conservan algún tipo de recuerdo de lo que sucedió después del 11 de septiembre.
Eugenio Tironi dice de ellos que, sintiéndose amenazados, engendraron y toleraron por largos años la dictadura. Que aceptaron el modelo neoliberal impuesto. Y aún más. Que, para sobrellevar el espeso sentimiento culposo que los embargaba, hicieron tan suyo ese modelo que acabaron integrándolo a su propia identidad. En suma, que desearon, o al menos no opusieron resistencia a un orden de cosas que les permitió armar sus vidas.
Por cierto, la imputación a esos diez millones de ciudadanos todavía vivos no es la voz de la historia. No es esa representación del pasado que ha procesado los datos y desalojado de ellos el recuerdo de lo sagrado. Como no es esa sentencia de valor universal que procede de un ejercicio intelectual laico. Por el contrario, lo de Tironi es un recuerdo anclado en su sagrado vínculo con el Chile popular.
Es reminiscencia de una derrota nunca asumida, de un duelo jamás superado, aunque reiteradamente exorcizado. Es evocación afectiva, mágica y acomodaticia. Es, sin duda, memoria colectiva, porque su relato podría ser compartido por otros que también vivieron aquel pasado y que serán influidos, o sacudidos, por el recuerdo que el autor de «Los silencios de la revolución» les trae al presente.
Pero la imputación de complicidad con el modelo y con la dictadura, es también discurso ideológico. Uno de los varios discursos de la memoria que en esta hora bregan por imponerse en el espacio público. Relato contrarreformador, elaborado para inhibir la memoria de las víctimas del shock treatment, frenar la expansión de la conciencia emancipadora y la voluntad de cambio, y dotar de legitimidad al agotado modelo de desarrollo.
Claro que todo recuerdo entraña un olvido, y el de Tironi acaso no pase de ser una memoria sin lugar, sin monumento, sin patrimonio y, quizá, sin oportunidad de entrar en la historia.
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, U. Complutense de Madrid. Ha sido director de la División de Relaciones Políticas e Institucionales del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y asesor legislativo del Senado de la República. Académico de la USACH. Miembro de la Comisión VI Congreso del Partido Demócrata Cristiano y autor del libro “La Democracia Cristiana y el crepúsculo del Chile popular”.
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no entendí absolutamente nada
El buen olvido es claro: hace alusión a que las tesis de Tironi se perderán en el tiempo y no podrán frenar las reformas de este gobierno, pese a la supuesta complacencia que le atribuye a los chilenos con el modelo de la derecha. Su idea de que la Dictadura es obra de toda la ciudadanía, de la tolerancia a la represión del Estado y de la satisfacción con el modelo neoliberal, no sólo es equivocada, sino que ofensiva. La memoria personal, es un bien distinto al derecho a la memoria y a la construcción de la memoria histórica, cuya naturaleza es colectiva, construida por todos y que, cuando las personas mueren, se transforma en historia. Así, Tironi busca aplicar su autojustificación de ser complaciente con la derecha a todo el país, y esa memoria propia a la que alude y endilga a los demás será olvidada. Ergo, quienes siguena Tironi sólo pueden pertenecer a la derecha y no a la Nueva Mayoría.