Todo educador debe crear las estructuras que le permitan lograr su propósito, recordando siempre que estamos tratando con personas, y que muchas de ellas tienen sus ideas, sus formas de entender, sus creencias, sus modas y estilos, sus opciones de vida, su individualidad.
Educar con afecto, es generar en el cognitivo el mejor de los estímulos, necesario para obtener los mejores logros.
Hablar de educación de un ser humano, es necesariamente hablar de un proceso que afecta a educador y educando, a maestros y alumnos, considerando como un todo al que educa, al proceso educativo y al hombre y mujer que educa.
Cada ser humano es un individuo individual y único, cada persona es en sí misma un mundo independiente, que lleva sobre sí sus realidades, vivencias y experiencias. Las conductas son el resultado de estas vivencias que siempre en mayor o menor medida inciden en cada uno de estos actores permanentes.
Pienso por esto que educar es una acción formativa holística completa, donde los factores humanos y biológicos se contrastan con los factores externos o del medio ambiente.
Con ya muchos años como educador, en varios niveles y realidades, pienso que para educar se debe tener una vocación que te permita desarrollar esta labor que considero de cooperación para que las personas puedan lograr sus objetivos y sean lo más felices que puedan en esta existencia terrenal que a mi parecer debe tener un objetivo divino.
Por esto estimo que la educación debe ser siempre un proceso donde exista el afecto como base de una vorágine que en su fin último permita al ser humano la adaptación en mejor medida a la vida en sociedad y a la potenciación de los valores fundamentales que toda persona requiere para obtener estos logros.
Educar es formar y formar es moldear, y esto solo se obtiene en una demostración de humanidad y de grandeza por parte de quien forma y de quien es formado.
Por eso soy un ferviente partidario de establecer siempre nexos entre el maestro y el discípulo. Estos se deben sostener sobre el respeto mutuo y constante entre ambos.
Soy contrario por lo mismo a crear barreras que al final hacen imposible la comunicación, tales como una disciplina inconsciente, dura y establecida sobre el “Magister dixit”, o sea el maestro ha dicho, o el “sí, porque sí y el no porque no”. Toda disciplina debe ser lograda mediante la razón y el correcto entendimiento, sobre la conversación y el uso inteligente de la razón y el acuerdo.
Me gusta la disciplina flexible, amoldada a las realidades de cada grupo, que respeta tanto la individualidad, como la idiosincrasia de personas y grupos de personas. Me molestan las barreras que impiden cualquier comunicación entre seres humanos. La disciplina y el orden se deben nutrir del respeto mutuo, la democracia, la conversación, la libertad de cada uno de estos actores para decir lo que piensa, lo que siente, lo que anhela.
Educar a decir del padre Alberto Hurtado es “Establecer un puente entre el mundo terrenal y el mundo espiritual, por donde se permita circular a las conciencias de nuestra juventud”. Este puente, a mi modo de ver, se sostiene sobre los pilares del afecto y el respeto mutuo, y sobre los cimientos de una disciplina regulada por estos mismos valores.
Todo educador debe crear las estructuras que le permitan lograr su propósito, recordando siempre que estamos tratando con personas, y que muchas de ellas tienen sus ideas, sus formas de entender, sus creencias, sus modas y estilos, sus opciones de vida, su individualidad.
En lo personal me gusta crear siempre un ambiente grato para el proceso educativo, donde siempre estén presentes las conversaciones, las bromas livianas, el apoyo a los que más les cuesta, el debate, la discusión libre, la tolerancia. O sea, en otras palabras, el trato humano.
Me gusta mucho el confiar en mis alumnos, porque eso les da seguridad en ellos mismos. Me apoyo en la frase del filósofo que dio las pautas del pensamiento trascendentalista, Ralph Waldo Emerson: “Confía en los hombres (refiriéndose a todo el género humano), y ellos serán sinceros contigo; trátalos con como grandes y ellos se mostrarán a sí mismos como grandes”. Prefiero equivocarme por confiar a cometer un error por desconfiado. En todo proceso formativo, debemos tener presente que el cometer errores es parte de el camino hacia el perfeccionamiento, es un peldaño que debemos subir en cada día, en cada clase, en cada taller y laboratorios. Siempre el error es parte del crecimiento humano y debemos entender que el error es un resultado superable.
Los alumnos deben ver s sus maestros y maestras como personas, factibles de equivocarse y de cometer errores, pero con la grandeza de reconocer estos errores y de pedir disculpas y luego rectificar; eso es formar, eso es educar, eso es enseñar con el vivo ejemplo.
Un gran educador, el Profesor Víctor Gallardo Tello (Q.E.P.D.) quien fuera mi espejo como educador en mis ya lejanos primeros años de profesión, me enseñó algo que siempre tengo presente: “Primero gánate a los jóvenes, haz que te vean como persona, como ser humano, y luego podrás enseñar como tu conocimiento y metodología te indiquen”. Sabias palabras producto de una vida como formador.
Tratemos a quienes formamos con las alturas de miras que se requiere sin sobreestimar ni subestimar a ninguno y siempre nivelando hacia arriba. El filósofo Wolfgang Von Goethe sostiene con gran sabiduría: “Cuando tratamos a las personas, simplemente como lo que son, no los estamos motivando a su crecimiento; mientras que cuando los tratamos como debieran ser, los estamos elevando a donde deben llegar”. Interesante opinión que muchos años después fuese fundamento de la Programación Neurolingüística. Tratar a los seres humanos como el nivel sublime de consideración, es motivar a las personas a su propio crecimiento social, es potenciar las conductas positivas. ¿Cuántas veces motivamos con una anotación positiva a un adolescente por cosas mínimas y luego vemos cómo esas conductas se repiten? Sin duda muchas veces. Los que llevan años formando adolescentes pueden avalar este principio motivador.
Desarrollemos las altas capacidades de pensar, porque el pensamiento es la base fundamental de todo crecimiento y ese crecimiento individual logrará una sociedad de mejor nivel de humanidad.
El matemático, físico y escritor francés Blaise Pascal, es muy claro al decir: “La dignidad de nuestra especie, reside en el pensamiento, por lo que debemos elevar el pensamiento, no por el espacio ni el tiempo, los que jamás podremos llenar. Esforcémonos entonces por pensar bien, porque en ello, reside el principio de toda moral “.
Una sociedad libre, requiere necesariamente de seres inteligentes, que puedan pensar libremente, que sean capaces de reconocer sus problemáticas y de reaccionar ante los abusos, de esta forma estarán libres de ser manipulados en sus conductas como grupos, individuos y como humanos.
Toda sociedad cosecha lo que siembra, los valores altruistas y solidarios, aprendidos y reforzados, dan buenos resultados a las sociedades, por eso sostengo que la educación es el principal eje de crecimiento de todo pueblo.
Eduquemos en respeto a los derechos humanos, civiles y laborales, en respeto a la diversidad de todo tipo, enseñemos la solidaridad como valor absoluto, porque somos animales gregarios, o sea, que requieren de vivir en grupos para asegurar su sobrevivencia. Cada uno de nosotros necesita de su semejante para lograr la adaptación a este medio planetario, nadie sobrevive solo, nadie puede dar satisfacción a las necesidades fisiológicas, de seguridad, de afiliación, de reconocimiento y de autorrealización, sin el semejante a su lado.
Eduquemos en democracia como forma de vivir dentro de marcos jurídicos justos y de equidad.
Eduquemos con afecto para que las sociedades futuras sean más humanas, más grandes en valores de respeto. Eduquemos en conciencia, pensando siempre que sobre la educación radica la verdadera fuerza de un pueblo.
* Profesor de Mecánica Automotriz en Enseñanza Media Técnico-Profesional. Vive en Ciudad Satélite.
Profesor de Mecánica Automotriz en Enseñanza Media Técnico-Profesional. Vive en Ciudad Satélite, comuna de Maipú.
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