La Batalla quiso comprobar en terreno el funcionamiento del Hospital El Carmen. Para esto, pasamos una noche completa en la sala de urgencias y hablamos con todos. Este es nuestro relato.
Esta es una crónica. Es decir, mi visión acerca de una noche que pasé en el recientememente inaugurado Hospital El Carmen de Maipú.
Fue la madrugada del 11 de febrero, es decir, la semana pasada.
Lo sé porque lo veo en la foto que coloco a continuación. En ella puede apreciarse también la temperatura, 27 grados:
Era la Urgencia Infantil. La niña de la siguiente foto, que se quejaba de que le “dolía el corazón”, terminó quitándose el polerón, sofocada:
Cuando entré a esta sala, los padres se me abalanzaron. Querían dar su testimonio. En general, alegaban por lo excesivamente largo de la espera y exhibían desconfiadamente los diagnósticos y recetas, pues pensaban que habían sido hechos con liviandad.
Ingreso
En verdad, ni siquiera había traspasado la reja de entrada cuando se me impuso el primer reclamo. La señora que me vendió un Kojac, quien, después supe, se llamaba Guadalupe Jara, esperaba el traslado de su quiosco desde el CRS hasta allí. En la Municipalidad, dijo: “Nos mandan a hablar con uno, con otro, con otro, y al final nada”.
De su boca oí los primeros antecedentes acerca del funcionamiento del hospital. Recalcó las extensas esperas. Lo mismo que una persona del transporte público: “Aquí lo mínimo que esperan son tres horas, y lo máximo que he visto son doce horas”.
Jocelyn Carvajal, la primera familiar de un paciente a quien entrevisté, lo ratificó. Venía de San José con Cuatro Poniente. Su madre, Ana Morales, había sufrido la rotura de una úlcera. Yo había visto a Jocelyn vociferando frente al mesón del hall. Ahora me la encontraba fuera, en el sector donde la gente se sienta a fumar (al lado del estacionamiento de las ambulancias). Serían las once de la noche:
“(…) Pregunté por el box —contaba—, y me dicen que no, que ella no tiene un box asignado. O sea que estaba en el pasillo, esperando. (…) Yo llamé a mi mamá y me dice que está de la mañana con suero. Y que no la han atendido más. Le pusieron suero y ahí la dejaron. Desde las ocho de la mañana”.
Otro caso llamó particularmente mi atención. El de Francisca Cartagena, una niña con Síndrome de Down, diabética. Que se retiraba del hospital, tras ser atendida. Pasaba en ese mismo instante por lo que su tía, Magaly Moya, identificó como una “crisis de ausencia”, propia de la epilepsia.
Tenía sus manos frías y transpiradas. Y la mirada extraviada. Desde mi ignorancia, yo considero que esa niña no debió ser enviada a su casa en esas condiciones.
En un sentido distinto
Uno de los pocos testimonios que recogí en un sentido distinto durante ese rato fue el de Romina Fuentes, quien habló en un tono muy ponderado. Acarreaba a su hijo George, en una silla de ruedas:
“Llegué a las 20:56 y me atendieron a las 21:53. Y yo encuentro que me atendieron rápido porque era una fractura. Le hicieron la radiografía, súper buenos los equipos que tienen. Instantánea la radiografía. La ve el doctor en un computador y te dice al tiro lo que hay que hacer”.
“Yo por lo menos no me quejo porque encuentro que a lo mejor se demoran en llamarte adentro, pero adentro es mucho mejor la atención que en el CRS. Por ejemplo una enfermera me guió hasta Rayos X, estuvo con nosotros, y después nos trajo de vuelta. Hay otra preocupación. La atención es buena y es difícil entenderla en principio. Porque están adaptándose, pues llevan poquito”.
La verdad es que yo estaba levemente desorientado. Porque me había preparado para presenciar un caos, carreras de aquí para allá, gritos, llantos, heridos y lamentos (por tratarse de una Urgencia). Pero no encontré nada de eso. Hallé poca gente sentada en el hall. Es decir, sobraban asientos. Ahora bien, el ambiente era enrarecido. Cosa esperable, tratándose de un hospital, pero más allá de eso: parecía como si una mezcla de rabia y cansancio llenara el ambiente, de modo que en cualquier momento haría aguas.
Había notado que no era difícil hacer hablar a la gente. Entonces me acerqué a uno de los numerosos guardias que había allí (y que, como todos quienes no eran pacientes, quiso mantener su anonimato):
“Faltan doctores y paramédicos —dijo—. Hubiese estado el viernes pasado aquí… Era lleno absoluto. Esto era un caos. El problema es que la gente quiere todo rápido, y a mí la impresión que me deja es que en cierta medida la gente viene a conocer. Si el SAPU de Maipú está vacío hasta las doce de la noche, ¿por qué no van para allá?”.
¿Usted cree que el funcionamiento de este hospital ha ido mejorando con el tiempo?, pregunté.
“A ver. Yo he estado aquí desde que lo abrieron y la cosa se ve igual. Adentro las salas de espera están llenas”.
Entonces me recriminé por haberme quedado por ahí nomás y no estar moviéndome por otros sitios. Raudamente me metí en la primera sala que advertí, que resultó ser la Urgencia Infantil.
“Hola, disculpa, mi nombre es Claudio Salas —se adelantó uno de los padres—. Hubieras llegando antes, ni comparado con lo que es ahora. Llegaba el doctor, se paseaba, nos miraba (de hecho es el que va ahí). Se reía. Decía: no, no voy a atender. Se iba para adentro”.
Poco antes, había ocurrido un altercado bastante delicado entre los padres y el personal.
“Los doctores nos dicen que es un problema del sistema. Que el sistema es lento. ¿Por qué cierran el CRS si podría haber servido de apoyo mientras la gente se capacitaba en el sistema? Mi hijo viene con granitos en todo el cuerpo, llora, llora, le sube y le baja la fiebre, transpira, decaído”.
“Ahora lo llamaron porque tuvimos que entrar todos… El guardia dijo: Ya, evitemos un problema para nosotros, pasen. De hecho, el carabinero fue el único que nos ha estado atendiendo. Para ser doctor creo que hay que hacer un juramento, ¿dónde está su ética?”.
En efecto, resultaba curioso ver a un carabinero llamando a la gente.
“El guardia —siguió Claudio Salas— nos dijo que todos ellos se iban a retirar, porque mientras toda la gente estaba alegando todos los doctores estaban tomando café ahí adentro”.
Cosa que me sorprendió aún más. De modo que me acerqué hasta el guardia. Y le pregunté. Él esperó que pasara una enfermera y un médico, tras lo cual me dijo:
“Hoy día nos vamos. Habemos tres guardias que nos vamos”.
Una evaluación
Poco a poco, a medida que avanzaba la noche, los padres iban retirándose. Exhibiendo los diagnósticos de los cuales descreían, como indiqué, o sin diagnóstico alguno, aburridos de esperar.
Fui por un café. Junto a la máquina expendedora, en el hall, pude hablar con una auxiliar de enfermería proveniente del CRS:
“Mira, se han hecho todos los intentos, aumentó harto la dotación del personal, pero en el fondo la gente está mal acostumbrada a venir acá. Estadísticamente, la gran mayoría son pacientes leves. Que son golpes de hace diez días, que se entierran clavos hace tres días. Entonces la gente está muy mal acostumbrada a que todo se veía en el CRS”.
“Ahora, hospitalariamente, no están funcionando todos los servicios. Se están derivando algunos pacientes a la Posta Central. Igual estoy optimista en que se puedan mejorar las cosas. Evidentemente, la población de Maipú es muy grande y tampoco va a dar abasto el hospital”.
“Se sabía en todo caso que iba a ser así —continuó—. Al parecer el sistema primario (consultorio, SAPU…) no es muy resolutivo y a la gente no le queda más opción que venir acá. Mandan a hacer los cambios de sonda aquí cuando eso no tiene carácter de gravedad y lo podrían hacer perfectamente en un consultorio”.
“Hay algunas cosas que no hay. Pero estamos como en marcha blanca. De un día para otro se terminó un turno de noche en el CRS y al otro día comenzó acá y fue un caos total”.
¿Consideras que se adelantó demasiado la puesta en marcha?, le dije.
“Sí —me respondió—. Fue un desorden tremendo. Uno llegó al primer turno y… ¿Qué hago aquí? ¿Cómo va a ser la dinámica? ¿Cómo va a ser el flujo de pacientes? Y nadie sabía nada. Ni la jefatura”.
Mal trato
Julia Ortíz, poeta, de Ciudad Satélite, también esperaba por un café.
“Respecto a la atención primaria —me dijo—, los signos vitales, hasta por ahí nomás la atención del personal de enfermería. Porque como éramos pocos pacientes, habíamos seis o siete pacientes, y a todos nos atendieron en una misma salita. Y nos fueron preguntando el nombre, y la patología o el malestar que nos había impulsado a venir. Y ahí nos tomaban la presión, la temperatura… Yo encuentro que eso no corresponde, eso tiene que ser en privado. Por ejemplo, yo me coloqué nerviosa”.
Exdirector del Diario La Batalla de Maipú.
MARIA SANTIBAÑEZ dice
Una noche en el Hospital de nuestra comuna. Felizmente no de paciente, no de usuario, no de familiar, y una noche tranquila ,donde los funcionarios, guardias dicen ,que son las personas responsables, de concurrir cuando debían dirigirse a los ,SAPU OLVIDO LOS SAUD ,Bueno somos Responsables que esta y otras URGENCIAS se atoren de pacientes , PUCHA QUE SOMOS , Una pregunta la dama enfermera sabrá que la gran mayoría de la población no tiene Estudios de Medicina , y cuando vemos un familiar enfermo le trasladamos a la urgencia de dicho Hospital que los FUNCIONARIOS TÉCNICOS, ENFERMEROS (AS) , DOCTORES , deben entregar una DIGNA ATENCIÓN, a quienes lo soliciten , y son largas las horas de espera donde se da una INDIGNA, PÉSIMA, EN CASO QUE TE ATIENDAN ,lo cual es trágico, lamentable, y es NUESTRA CRUEL REALIDAD UNA VERDAD QUE NO SOLO DUELE ,QUE AUN CONTINUA Y NO SE SOLUCIONA, GRACIAS POR REALIZAR ESTA NOTA FELICIDADES POR DARLA A CONOCER
RICARDO LABRA dice
Es lamentable la situación de urgencia del hospital el Carmen de maipu. A pesar que es un tremendo hospital, la atención es mala. La espera es permanente, muchas personas asisten para que los atiendan y deben pasar mas tres horas para que un medico la vea. Seria bueno saber cuanto es el monto en dinero que se maneja para una atención de calidad. Faltan médicos, lo mas importante.