La semana recién pasada, un grupo de manifestantes, principalmente mujeres, irrumpieron en plena eucaristía en la Catedral de Santiago. A cargo de la ceremonia estaba Ricardo Ezzati, principal autoridad del clero nacional. Las manifestantes, ante el desconcierto y ofuscación de la feligresía, comenzaron a exclamar consignas contra la iglesia y en favor del aborto. Se trataba de un grupo de personas desprendidas de una manifestación pro aborto.
La iglesia se escandalizó. El arzobispado tomó la decisión de cerrar las puertas de la catedral por varios días en señal de agravio. El reciente fin de semana se leyó en todas las misas del país una carta de monseñor Ezzati en la cual exhorta a los fieles orar por las manifestantes, quienes no saben lo que hacen, literalmente. El presidente de la República ha reaccionado indignado ante la violación del derecho a culto.
Parece ser correcta la ofuscación contra las agresoras. Interrumpir una ceremonia religiosa declamando ideas contrarias al dogma es a todas luces una afrenta al derecho de los fieles de ejercer su culto libremente. Sin embargo, en tiempos recientes parece evidente que la iglesia innumerables veces ha violentado el derecho legitimo de los demás en forma masiva y con la venia o negligencia de las autoridades.
En aquellas comunas en las que no se impartió gratuitamente la píldora del día después, por aprehensiones religiosas, ¿no se se violó de manera flagrante una libertad elemental de la ciudadanía? Hace unos quince años atrás la misma iglesia fue capaz de censurar el film “La última tentación de Cristo”. ¿Dónde quedaron los derechos de los ciudadanos a elegir lo que desean ver y discernir, libremente, sobre su contenido?.
Se vive en un mundo donde todos son pecadores y la santidad no está en ninguna parte. En virtud de aquello es imperativo tomar conciencia en torno a todas las violaciones de derechos, no solo de las que se es víctima.
En perspectiva, la acción de las manifestantes de la catedral, reprochable sin duda, resulta menor en términos de magnitud. Quizá la principal critica contra ellas es no haber leído las santas escrituras:
“Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol… un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (Eclesiastés, Capitulo 3, Versículo 1 y 7).
Todo finalmente fue cuestión de time.
* Profesor de Historia y Geografía. Maipucino.
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