El día domingo 15 de diciembre de 2013 Michelle Bachelet se convirtió en la nueva presidenta del Chile. Desde el año 1954 un presidente no había sido reelecto en nuestro país. En aquella época Chile escogió a Carlos Ibáñez del Campo, antiguo militar y dictador, quien llegó a su segundo gobierno luego del desgaste y conflictos internos de tres gobiernos radicales.
Ibáñez se impuso en las urnas gracias al voto femenino (fue la primera elección presidencial en la que pudieron votar las mujeres) y gracias una retorica populista, la cual renegaba de los partidos políticos y prometía ser una “escoba” que barrería de una vez por todas la corrupción y demagogia de la clase política.
Sabemos que el gobierno de Ibáñez tuvo muchísimos problemas. El primero de ellos fue su ingobernabilidad. Al no tener apoyo mayoritario en el Congreso, terminó sin piso político para nada. Sin embargo, la mayor de sus consecuencias fue no ser capaz de responder a las expectativas creadas y no sincronizar jamás con las fuerzas sociales de un nuevo Chile.
Michelle Bachelet, al igual que Ibáñez, es acreedora de altas expectativas y del voto femenino. Pero si algo aprendimos del populismo ibañista, fue que no se puede gobernar sin coaliciones políticas. En este sentido, se podría decir que Bachelet está exenta de este problema, porque tiene una enorme coalición que empieza en la estrella ascendente de la democracia cristiana y termina en el martillo y la hoz del partido comunista. Es decir, hay congreso, hay disciplina, hay gobernabilidad.
Pero sucede que nada de esto es suficiente. La pregunta relevante es qué hacer con el triunfo. ¿Los partidos de la Nueva Mayoría, serán capaces de articular un Chile distinto? ¿Las sensibilidades de los Cortázar, Escalona y Girardi, será capaces de estar a la altura de las demandas del país que saldrá a las calles? La derecha, moribunda y todo, conserva dosis de poder que la obligan a ser objeto de persuasión de parte del oficialismo.
Si en los años cincuenta falló el personalismo de Ibáñez. Más grave seria que en el siglo XXI fallen los partidos políticos. Con Ibáñez se puso a prueba las capacidades del caudillismo neofascista. Pero con Bachelet se pone a prueba la capacidad de nuestra democracia representativa. Desafío nada menor. La nueva presidenta, de no ser capaz de hacer un buen gobierno, efectivamente iniciaría una nueva fase histórica, pero esta comenzaría con su propia destrucción.
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Más que articular a un Chile distinto, para mí la primera pregunta es saber si van a poder articularse entre ellos mismos, lo que es extremadamente difícil con la gran diferencia ideológica que existe entre los partidos que componen a la concerta. Si llega a suceder eso, se puede cuestionar si sus propuestas son acordes a las que piden las mayorías del país
Lo que espero del gobierno de Bachelet es que no sea un parlante de los partidos políticos de la nueva mayoría. Que se crea el cuento y gobierne con fuerza e impulse las medidas prometidas. No nos olvidemos que Foxley le soplaba las respuestas por detrás: que no ocurra eso. Creo que se la puede.
Gracias, señor Tello.