Yo soy un joven trabajador común y corriente que vive en un pequeño departamento en Estación Central junto a mi hijo y pareja; como muchas y muchos, gano un sueldo muy cercano al mínimo ($326.500) en el rubro de la comida rápida, en una multinacional como Starbucks, con el que debemos hacer malabares para llegar a fin de mes; tengo un padre pensionado por las AFP con una pensión que no llega a los $100.000 pesos; y también una deuda cuantiosa que no puedo pagar del CAE con un banco extranjero. Mi realidad no es excepcional pues en Chile resulta normal vivir indignamente: se asume que recibiremos sueldos y jubilaciones miserables, que viviremos de una (o varias) tarjeta de crédito porque no es extraño que no nos alcance para “pagar” el costo de la vida, que tendremos que endeudarnos para poder estudiar, que si nos enfermamos, se enferma toda la familia para que podamos salir del hoyo económico que produce no tener las mismas opciones que quienes costean salud privada. Pero nos insisten que todo esto es culpa nuestra, de cada uno de nosotras y nosotros individualmente.
Pero no es cierto. Llevo años cansado de ese Chile normalizado, y por ello, el 2009, junto a compañeras y compañeros, desafiamos la idea de que había que rascarse con nuestras propias uñas y nos organizamos en el primer y único sindicato de Starbucks en todo Latinoamérica. No mentiré, ha sido una pelea tipo David contra Goliat, pero nos ha permitido reunir fuerza y doblarle la muñeca a un gigante internacional, como cuando tuvo que indemnizarnos por aplicar la Ley de “Protección” del Empleo a inicios de la pandemia. Esa idea de lo colectivo nos ha permitido mantenernos movilizados permanentemente, abrazando banderas laborales, salariales, de seguridad social, de género, de derechos humanos y sociales desde el lugar donde generamos esta riqueza que nunca se nos reconoce. Y desde allí, hoy me paro para ser constituyente por el distrito en el que vivo, desde Estación Central, a Maipú, Pudahuel, Cerrillos, Quilicura, Tiltil, Lampa y Colina.
No soy una cara televisiva, no soy parte de la élite política que ha diseñado este modelo, y voy a defender hasta el final el derecho de nuestro pueblo, de sus organizaciones y de las y los trabajadores, de ser parte de la construcción del nuevo Chile que la gran mayoría sueña. Nuestro rol en la convención será subirle el volumen a la voz de quienes por años se han movilizado pidiendo la necesidad de un Estado protagónico, verdaderamente democrático, paritario, plurinacional, capaz de garantizar derechos sociales como salud y educación, pero también salarios, ingresos, por ejemplo, a través de una renta básica universal, y pensiones suficientes para una vida digna. La invitación es a acompañarme en esta travesía para recuperar el vivir digno, que nos organicemos y rompamos el miedo que nos han querido inculcar y que entre todas y todos superemos esa herencia de la dictadura. Ese es otro Goliat, pero tengo plena convicción de que juntas y juntos podremos decidir nuestro futuro y las condiciones para que sea de bienestar y justicia.
INDEPENDIENTE
Pacto Apruebo Dignidad
Cupo: Federación Regionalista Verde Social
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