Acá en las noches penan, le decía su madre antes de dormir. Acá hubo una guerra y muchos muertos, continuaba. Donde está el templo se abrazaron O’higgins y San Martín una vez que ganaron, pero esto fue un regadero de cuerpos, de españoles y chilenos y ahora sus almas en pena vagan por todo Maipú, insistía la madre, sin saber los estragos que causaba en su pequeño. Ella miraba los ojos enormes del niño que no decía ni una palabra, sin saber que todas las noches el pequeño se desvelaba con los ruidos de la calle y se escondía temblando bajo las sábanas. Eran soldados fantasmagóricos dándose sablazos en el antejardín de su casa, caballos desbocados por Portales, cañones en Carmen, afuera del templo votivo de Maipú. Cuando de día caminaba por esas calles miraba al suelo buscando rastros de la batalla, quizás osamentas expuestas, quizás el cráneo de algún soldado chileno. Y así pasó su infancia y sin notarlo se había olvidado de aquellos sucesos, hasta que en una quitada de drogas por unos pasajes cerca de Olimpo con Rinconada cayó abatido por una bala de la banda rival. Al estar agónico en el suelo, sintió los ruidos de sus compañeros, las carreras, los gritos, todos sonidos que trajeron de vuelta los recuerdos de las almas en pena. Vio cerrarse una cortina y una cara pequeña ocultándose y entendió que lo que escuchó durante su niñez eran en realidad almas en pena, tal como en la que se había convertido. No eran soldados centenarios los que lo espantaban, sino jóvenes perdidos que vagaban como almas en pena por las calles de Maipú.
La Batalla, de Maipú hacia el Mundo.
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