Por Guillermo Arenas Escudero, abogado.
En la Grecia Clásica, un magnífico choque y controversia filosófica se produjo entre el mismísimo Platón con el enorme Diógenes de Sínope, hace ya 24 siglos. Como se sabe, sus disputas estremecían a Atenas y a las polis aledañas.
A falta de televisión, las ideas ocupaban un lugar de cierta importancia entre aquellos arquitectos fundadores de nuestra Civilización Occidental.
En cierta ocasión, Platón contestó ante sus discípulos una pregunta crucial. Ella, hasta hoy sigue vigente:
¿Qué es un hombre?
Platón la contestó sentenciando: “un hombre es un bípedo sin plumas”.
Diógenes (el cínico, el perro, el insumiso y principal contradictor de Platón) tomó un pollo y lo desplumó.
Con el pollo desplumado, sujetándolo con sus manos, Diógenes vuelve a la Academia donde Platón daba sus enseñanzas y le espeta:
“Ahí tienes a tu hombre: bípedo y sin plumas”.
No se sabe si el pobre pollo desplumado (bípedo y sin plumas) logró escapar o se lo comieron, pero el debate ha continuado hasta nuestros días: ¿qué es un hombre?
Todo esto lo traigo a cuentas en razón del debate desatado en torno a la aseveración de una supuesta prohibición total para Senadores, Diputados y Ministros de celebrar contratos con el Estado.
¿Cualquier tipo de contratos?
¡Sí señor, se prohíbe cualquier tipo de contratos!!!
Doctos, ilustrados, eruditos, sabios, letrados, hasta abogados, es decir, todos los “escueleados” (los que han pasado por una escuela, decía mi abuelo) respondieron al unísono: ¡Sí señor, una Senadora de la República no puede tener ningún tipo de contrato con el Estado, tampoco una Ministra!!!
Algunos incluso fruncieron sus ceños con severidad al tiempo que engolaban la voz.
Me voy a tomar la libertad de hacer las de Diógenes de Sínope y lanzar sobre las cabezas de los “escueleados” unos cuantos “pollos desplumados”.
¿La verdad?
(me encanta hacer las de un irredento iconoclasta y me declaro sin reserva admirador de Diógenes, el perro, y de la caterva que lo seguía).
Primer pollo desplumado:
Con tan severa interpretación, “ningún Ministro, Senador ni Diputado puede celebrar contratos con el Estado”, ninguno de ellos podrían vivir en Maipú.
Si se atrevieran a vivir en esta comuna, cada día tendrían que traer el agua para bañarse y hacer sus comidas, desde otro lugar de la Región Metropolitana donde el agua no la venda SMAPA (Servicio Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Maipú).
Contrato de compraventa:
Vendedor: el Estado encarnado en la Municipalidad de Maipú y su empresa SMAPA; Comprador: Cualquier Diputado, Senador o Ministro.
¡Oh, se nos apareció el bípedo desplumado del gran Platón, ¡está prohibido ese contrato!
(Sr. Alcalde, cuidado, no se vaya tropezar en una casi unánime interpretación legal, después de tanto éxito judicial y electoral).
Segundo pollo desplumado:
El derecho a transitar por algunas carreteras estatales de Chile está sujeto a la necesidad de celebrar un contrato de uso con el Estado. (No cuentan aquí las carreteras concesionadas, sólo las estatales).
Acotemos que el derecho de uso es uno de los principales atributos del derecho de dominio sobre las cosas, ¡de dominio! como bien lo sabe, cualquier hijo de vecino cuando usa su casa.
Así, Diputados, Senadores y Ministros no podrán viajar de Santiago a Valparaíso, por la ruta 68, a menos que tomen la Cuesta Barriga para evitar el peaje Lo Prado, y la Cuesta Zapata, para evitar el de Casablanca.
Me temo que los Honorables, llegarán un poco mareados, aunque a veces el serpenteo de las cuestas no tendrá la culpa.
Pero todo tiene remedio en la vida. Podrían viajar por la Cuesta La Dormida, vía Santiago, Til Til, Limache, Valparaíso. Tomará más tiempo, pero un atraso no perjudica la dieta.
Tercer pollo desplumado:
Me disculpo de antemano con el Senador Moreira por tomar su caso personal, pero sé que don Iván tiene buen humor, además que le gusta que hablen de él, para bien o para mal, pero que hablen de él.
En el bullado affaire del “Raspado de la Olla”, nuestro impoluto Ministerio Público, al amparo del novísimo Código Procesal Penal, en su acápite (disculpen el tecnicismo) Justicia Transaccional, suscribió un contrato mediante el cuál los Fiscales no pidieron cárcel para el Senador, a cambio del pago de $35.000.000 que tuvo que desembolsar el Honorable para evitar un par de años detrás de las rejas.
Se llama contrato de transacción que cuando se hace en un Tribunal se le dice avenimiento
¿Cualquier contrato??
La ley es clara, sentenció el domingo en el Decano de la prensa nacional el más docto de todos los jurisconsultos que participan, cada semana, en el diseño y construcción de la página editorial de El Mercurio, el señor (y colega) Carlos Peña. (Me cuesta nombrarlo porque leo sus ensayos con respeto y en ocasiones, aunque son pocas, coincido con los argumentos en alguna de sus columnas).
Algunos otros pollos desplumados
- No podrían tomar el Metro en Santiago. ¡Contrato de transporte con el Estado!!
- Tampoco viajar al sur en los Ferrocarriles del Estado, por lo mismo.
- No podrían, ni en caso de emergencia contratar una compra de un fármaco en CENABAST del Ministerio de Salud.
(www.cenabast.cl/accesos para a una compra ¡en línea!!).
Podría seguir hasta el infinito, pero debo terminar.
Disculpen nuevamente los tecnicismos.
Las leyes, es cierto, como dicen los doctos superficiales, se interpretan en su literalidad. Debe agregarse: o en su espíritu, lo que también es autorizado por la ley.
En los contratos, no vale la literalidad sino la voluntad de las partes.
El proceso de unir, en un solo razonamiento lógico, la interpretación de la ley con la interpretación de un contrasto, se le denomina: hermenéutica legal.
Es decir, la interpretación de la ley, de los contratos y la conjunción armónica de ambas, no es a matacaballos, rústica, ni chabacana, es compleja.
No se me escapa, me lo advirtieron cuando tuve el deseo de escribir esta opinión, que la inmensa mayoría, a la que se han sumado, rostros de Matinales, corredores de la Bolsa de Comercio, periodistas, sociólogos, médicos, choferes de taxi, cargadores de La Vega Central, y un etcétera desmesurado, tienen la creencia que la interpretación en boga es la correcta.
Vuelvo a mi Diógenes de Sínope y les relato un pasaje maravilloso de su vida que contiene un consejo dado en el Siglo de Oro de la Gracia Clásica.
Un discípulo de Diógenes le preguntó, que tenía que hacer para ser un Maestro como él.
Diógenes le dijo, acompáñame.
Lo llevó al Teatro Griego de la ciudad que estaba lleno hasta la cúspide.
Antes de entrar, Diógenes dijo “esperemos, siéntate”.
Pasado un buen rato el discípulo preguntó a Diógenes si ya no era hora de entrar. La obra está por terminar, musitó.
“Aún no”, le dijo Diógenes.
Cuando terminó la obra y el gentío comenzó a salir por cientos apretujados, en masa, Diógenes le dijo a su discípulo, “¡Ahora entremos!”.
¡¡Pero vamos en contra del sentido de la gente!!
Diógenes palmoteó a su discípulo y cerró:
¡Bravo, estás aprendiendo a ser un buen Maestro!! … Nunca camines en el mismo sentido que camina el común de la gente. Nunca.
Finalmente quiero decir que los contratos y las leyes se interpretan de buena fe. Ese es el principio legal supremo que nos enseñan en las Escuelas de Derecho. La Buena Fe es el camino troncal que debe tener toda interpretación de la ley y de los contratos, así sea que todos los “escueleados” doctos, ilustrados, eruditos y letrados vayan por otro lado.
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Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales
Universidad de Chile
Abogado
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