Por Marco Aguilera.
Recuerdo a mi abuela, que durante los años 80 y 90 se juntaba a tomar once con un vecina, ellas tomaban mate, iban a la misma iglesia y las personas del barrio se acercaban a ella cuando tenían a sus hijos enfermos, es extraño, pero cuando se reunían en la casa para conversar habitualmente nadie entendía lo que hablaban, con el tiempo comprendí que ellas eran diferentes al resto de las ancianas de la Villa Lousiana -comuna de Maipú- y que nadie entendía sus conversaciones porque hablaban mapudungun.
Mi abuela curaba a la gente con plantas que ella misma cultivaba en su jardín. En realidad, haciendo memoria, recuerdo que junto a mis primos y hermanos crecimos sin conciencia de que éramos ascendientes de un pueblo originario ya que nuestra abuela nunca nos contó que éramos diferentes, evidentemente nuestra familia proviene de raíces humildes y populares. Es así que los familiares de mi generación se dedicaron desde pequeños al trabajo y muchos de ellos abandonaron sus estudios.
Yo también tuve esta experiencia de vida, pero siempre quise alcanzar estudios superiores. Con el Fallecimiento de mi CHUCHU (Abuela materna) Sra. María del Carmen Painen Llancapan y mi ingreso a la Carrera Técnica en Trabajo Social, durante el año 2004, una docente al revisar mis documentos me comentó que podría acceder a la beca indígena, porque mi abuela era mapuche, y que yo formaba parte de ese grupo de personas, fue en ese momento cuando recordé las conversaciones en mapudungun de mi abuela, su popularidad en el barrio como curandera y el conocimiento que ella tenía de las plantas y yerbas que cultivaba en su jardín.
Ese año 2004, fui derivado por la trabajadora social del Instituto a la CONADI, para acreditar mi calidad indígena y participar del proceso de obtención de la beca indígena, la que cubriría parte del arancel anual de la carrera. Hasta este momento aun no me sentía mapuche. Terminé de estudiar, con el tiempo y en el ejercicio de la profesión, conocí a una ÑAÑA (anciana Mapuche), la Sra. María Pinda Peye, esta ñaña evocó de mediato a mi chucho.
Años más tarde, la ñaña María me invitó a un NGUILLATUN (ceremonia de rogativa) en el parque ceremonial mapuche, de Cerro Navia, siendo mi primer acercamiento a la cultura e identidad mapuche. La experiencia, para mí fue triste, casi traumática, pues caí en cuenta que todos allí eran parte de una comunidad, de un lof, en cambio yo no gozaba de ese estatus. Recordé a mi abuela y lloré. No me sentía chileno y el mundo mapuche se veía lejano. Aun así participe del ngillatun.
No conozco las razones que tuvo mi abuela para no enseñarnos de nuestra cultura, quizás lo hizo para proteger a sus hijos y sus descendientes, quizás ella fue víctima de discriminación y malos tratos, mi abuela llegó de Temuco a Santiago hace más de 60 años. Tal vez sus experiencias de transición de la vida del campo a la WARRIA (ciudad), gatillaron en ella una infinidad de sentimientos y sensaciones que la llevaron de manera inexorable a dejar de lado el ejercicio y las prácticas de su cultura hasta modificar por la fuerza su identidad. Nunca vi a mi abuela participar en un ngillatun, por el contrario siempre estuvo vinculada a la iglesia evangélica, incluso uno de sus hijos hoy es pastor de la congregación donde ella participaba. Qué difícil ser mapuche y vivir en la warria hace 50 años atrás.
“El Estado quiere que nosotros seamos parte de su folclor, quiere utilizarnos a nosotros, a nuestro pueblo, a nuestra nación, como la base para justificar su presencia… ellos quieren decir nosotros los mapuches somos sus indígenas… Nosotros no somos los indígenas de Chile, nosotros somos mapuche” (Catrileo).
En base a mi experiencia, la etnicidad como estrategia se refiere básicamente al control que el Estado aplica a los pueblos e individuos. A través de las políticas públicas, con una táctica de sometimiento de los pueblos originarios, en busca de la construcción de indígenas funcionales, que reconociendo el poder del Estado, actúan en torno, y bajo los parámetros legales impuestos por el Estado.
En lo particular, para poder acceder a la estudios superiores, tuve (inevitablemente) que solicitar al aparato estatal -CONADI- la acreditación de mi “etnicidad” o condición indígena, con esto conseguí un beneficio. Sin embargo no era necesaria esta acreditación para participar de un ngillatun.
En el caso de la recuperación territorial el funcionamiento es similar, es necesario constituirse como “comunidad”, pero esta constitución es similar a la constitución de una “organización funcional”. No considera el factor ancestral, que en definitiva otorga valor a la comunidad, este enfoque señala que un grupo étnico puede poner en acción su etnicidad cuando considera que es útil desde el punto de vista político, y la minimizará o ignorará cuando no lo considere útil (Gissi, 2013). La identidad genera poder, poder político, pero desde el punto de vista político, los verdaderamente beneficiados de la etnicidad, en realidad son los poderes políticos, instrumentalizando a los pueblos, en tiempos de elecciones. En la actualidad los partidos políticos se pelean la representatividad de las etnias siempre con fines de poder.
Por otro lado vemos como el reconocimiento y construcción de identidades “étnicas”, ha generado movimientos sociales, capaces de influir en la política pública. Poniendo en relieve las demandas de los pueblos, todo lo que hasta hoy se ha conseguido en materia de derecho, se ha construido a partir de las acciones emprendidas por el movimiento indígena. Por esta razón, se hace indispensable cultivar nuestra identidad, no para obtener los beneficios del Estado sino para ejercer nuestros derechos a autonomía y libertad.
*Colectivo Social y Cultural Colegato, de Maipú.
Bibliografía
Catrileo, M. (s.f.). Entrevista a Matias Catrileo.
Gissi, N. (20 de noviembre de 2013 ). Etnología y etnicidad . Santago, Santiago, Chile.
La Batalla, de Maipú hacia el Mundo.
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